viernes, 1 de enero de 2016

OPERACION OVNI

Cap. XIX
PROYECTO OVNI

Los tíos de Berta habían llegado a casa, era la tarde de un sábado y la niña se encontraba perdida, es decir, no se sabía donde estaba, pero como esto era lo habitual, nadie le dio mucha importancia.
- Hola Avelina..., Andrés...  – Saludó la madre de la niña.
- Hola. – Contestó a coro el matrimonio.
Con ellos iban sus tres hijos, Julio, de doce años, Enrique, de ocho y Jorge, de cinco.
El padre de Berta con su discreción habitual se dirigió a la puerta de su despacho para cerrarlo con llave, era un acto reflejo que realizaba cada vez que veía en su casa a Jorge.
Su mujer, en cambio, optó por la diplomacia, tras dar sendos besos a los dos mayores, se dirigió al pequeño.
- Hola caballerito.
El niño se mostró displicente y con un mohín, se dirigió a un estante de la librería del salón.
Los anfitriones se miraron, Don Arturo le seguía.
El chico sonrió  y puso la mano sobre una figura de porcelana carísima, el hombre comenzó a temblar.
- Mira rico, ¿has visto que bola de nieve más bonita?. – Comentó el hombre señalando un recuerdo de París, una esfera de cristal con la torre Eiffel dentro, con un movimiento rápido de la mano la puso boca abajo y luego la volvió a poner de pie, dentro del cristal cayó una bonita nevada.
El niño sonrió con la mano puesta todavía en la figura de porcelana.  – No me gusta. – Declaró tajante.
- Toma la bola, hazla nevar tú, ya verás que divertido...- Comentó Don Arturo conteniéndose.
Su hermano interrumpió. - ¡Jorge! Haz lo que te dicen. – El niño soltó la figura de mala gana y cogió con enfado la bola, esta empezó a oscilar por el aire de una mano a otra volando por el aire.
El tío Andrés quito hierro al asunto. – Bonita, la bola.
La madre de Berta empezó a reír entre nerviosa y relajada al ver su figura de porcelana a salvo. - ¡Oh si!, eso es de nuestro viaje de novios...
La tía Avelina hizo memoria. – Es cierto, estuvisteis en París... ¿Subisteis a la torre Eiffel?
- Por supuesto. – empezó a decir Don Arturo muy sonriente, mientras  las mejillas de su mujer adquirían un tinte colorado.
El tío Andrés, que era incapaz de estar callado mucho tiempo, empezó. – A saber porque sonríes... pillín...
- ¿Yo?
- Si tú, a mi no me engañas, Marisa no se pone colorada por nada... ¿qué? Te quería mucho en aquella época, ¿eh?
Al señor Álvarez casi le da un ataque de risa
- Pero bueno, ¿qué te pasa?
- Nada, nada..., ja...ja...ja...
- Tu marido se ha vuelto loco. – le increpó indignado a su cuñada.
- Ernesto, compórtate. – rezongó su mujer.
- Ja, ja...ja...
- ¿Me cuentas el chiste, diantre?. – Increpó a su hermano.
- ¡Vale hombre! No te pongas así..., es cuando subimos a la torre, Marisa empezó a decir que la torre tenía muchos agujeros, y mientras yo miraba el paisaje de París apoyado en una barandilla me di cuenta de que no estaba, miré y miré a mi alrededor y me encontré con un montón de extranjeros que me miraban de un modo extraño.
- ¿Y Marisa?
- Pues ahí esta la gracia, que mi esposa parecía haberse fugado con otro, porque más que buscaba a mi alrededor todo eran extranjeros.
- ¿Dónde estaba?
- Ja...ja...ja..., me puse tan nervioso que fui a encender un cigarrillo, y al agachar la cabeza para buscar en el bolsillo el paquete, me encontré con Marisa que estaba a gatas en el suelo escondiendo la cabeza, mientras la gente la miraba con sorpresa.
Un coro de risas estalló en el salón.
Marisa se disculpó con un hilillo de voz. – Tengo vértigo...
- Pero mujer... – La regañó el tío Andrés. - ¿Tú crees que la torre se va a caer?
- ¡A mí que me importa la torre!, lo que no soportaba es que tuviera tantos agujeros..., cuando miraba abajo veía el vacío... ¡IIIiii! ¡eso más que una torre es un queso de Gruyere!
- Lógico, para algo son franceses... – Contestó divertidísimo su marido.
Marisa sintió un escalofrío.
- ¡Crasss!. – La bola de cristal yacía en el duelo, la esfera por un lado y la peana con la torre Eiffel por otro, Jorge ya había hecho una de las suyas.
- Por cierto ¿dónde están las niñas?
- Pues Sofía está en su cuarto, Marta con ella y Berta...- Se interrumpió la madre.
Berta se hallaba en la caseta prefabricada de la terraza de su casa, era esta una pequeña habitación de madera de pino de dos por tres metros de largo, que servía de taller al padre de familia.
Estaba adosada a la fachada de su casa y su cubierta consistía en un pequeño tejadillo del mismo material, que caía en diagonal sobre la puerta de la caseta.
Berta se encontraba sentada  en un pequeña mesa mirando con deleite unas bombillas, una tabla de madera, un conjunto de cables y una pila, alrededor suyo, todo un conglomerado de herramientas de bricolaje colgaban de las paredes.
La razón de su incipiente interés por la electricidad no se debía a ninguna causa natural  sino a un trabajo de pretegnologia que la habían encargado en el colegio.
El primer paso ya estaba dado, las monjas la habían encargado comprar una bolsita con los elementos necesarios para construir un juego, que durante décadas todas las alumnas habían realizado con el mayor desinterés.
De todas formas era muy emocionante entrar en la tienda de electricidad y pedir la consabida bolsita que las alumnas de cierta madurez pedían cuando llegaban a la adolescencia, eso la hacía sentirse... como diría yo..., más mujer...
La cuestión era que ahora que tenía ya todos los elementos sobre la mesa, no sabía que hacer con ellos. Según las monjas todo consistía en conectar cables a la pila y a las bombillas, pero ¿para que tanto trabajo? Se preguntaba la chiquilla mientras acercaba el culo de una bombillita a la pila y comenzaba a lucir con potente brillo.
- ¡Es increíble! ¡y lo he hecho yo!
- ¡Desde luego! ¡Edison no lo hubiera hecho mejor!.  – Exclamó alegre un chico rubio entrando por la puerta de la caseta.
- ¡Julio!
- ¡NO, AGOSTO!
- ¿Qué haces aquí?
- Nada, me preguntaba que estaría haciendo mi primita... – Y después de echar una mirada en derredor de la mesa añadió. – O deshaciendo...
Julio era un chico de doce años, la misma edad de Berta, pro con la salvedad de que la llevaba dos meses más, lo que le daba un prestigio inusitado ante los ojos de la niña, que reconocía en él su mayor experiencia de la vida.
- Pues... intento hacer un juego que me han mandado las monjas..., pero no sé..., no me convence demasiado.
- ¡Ah! ya sé, el jueguecito de relacionar animales con sus respectivos continentes o lo que a ti te de la gana ¿no?
- Si, ¿ya lo has hecho tú?
-Claro, y me han puesto un diez, si quieres te lo traigo un día.
- ¿Y entonces que hago con esto?
- No sé... ¿te gustan los ovnis?
- Los ovnis... depende,  en las pelis si, pero prefiero no encontrarme con ninguno en la tierra, no vayamos a fastidiarla... ya sabes..., son tan verdes..., los marcianos, claro.
- ¡Oh no! Ya no son verdes.
- ¡Ah! ¿no?
- No, ahora son grises.
- Y ¿por qué?
- Dice mi padre que por lo de la crisis, que cuando el dólar marcha bien los marcianos tienen el mismo color, pero como ahora la bolsa de Wall Street esta bajando, los extraterrestres están perdiendo el color.
- ¿Has visto alguno?
- Más quisiera yo... que hacer un viaje interestelar y volver a tierra como un héroe, y que me reciba el presidente de los Estados Unidos en la Casa Blanca.
- ¿No te conformas con el alcalde de Madrid en la Plaza de la Villa?
Una cabecita rubia apareció por la puerta, era Enrique, el hermano de ocho años de Julio.
- Hola, no sabía que también habías venido tú... – Saludó la niña.
- Estamos aquí todos.
- ¿Todos?
- Si te refieres al terremoto, mamá quería venderlo a un buhonero, pero ya no existen y a Jorge no lo quieren en ninguna parte ni a precio de saldo.
- Ya vamos, que como dice papá, la oferta supera la demanda
- Pues estamos solos, los demás se han ido al parque, sólo Sofía habla por teléfono en el salón. ¿Qué hacíais?
- Vamos a construir un OVNI.
- Voy corriendo a la cocina a coger dos platos de madera, los serramos y construimos el fuselaje.
- ¡pero los ovnis no son de madera!
- ¡Mirad!. – Gritó Julio, placas de estaño, ¿de que las tiene el tío?
- Es de Marta, la obligaron a hacer un cuadro en relieve con un punzón, lo que queda ahí son los sobrantes. – Respondió Berta.
- Suficiente para recubrir los platos  y conseguir que parezca metálico.
- ¿Qué más tiene un Ovni?.
- Lucecitas de colores en el contorno, ¿no has visto las pelis de ciencia ficción?.  – Contestó Enrique
- Si, pero las mías son transparentes.
Julio decretó. – La laca de cristales de colores servirá para pintarlas.
El tarro no se abría y Enrique propuso. – Se lo llevaré a Sofía.
- De paso tráete los platos de ensalada... – Le dijo su hermano.
En el salón, Sofía... – Porque Mariloli está saliendo con ese chico, ya sabes el que tiene una moto azul y que sale de estranjis con la amiga de su hermano, que es amiga a su vez… de la antipática de nuestra clase, enemiga de Mariloli.
Enrique gesticulaba con el tarro en la mano. - ¿Me lo abres?
Sofía le ignoró. - ... no, del hermano de Mariloli.
- ¿Qué si me lo abres?. – Habló más alto.
Sofía a lo suyo. – No, la enemiga de Mariloli, que no te enteras, pero si ¡está clarísimo!
- ¡ABREMELO!. – Gritó el chico
Sofía pegó un salto. - ¿por qué chillas?
- ¡Para que me abra el frasco MARILOLI...!
Sofía se ruborizó, intentó abrir el tarro y al no conseguirlo, lo tiro despreciativa contra el sofá.
Enrique se dirigió a la cocina, cogió los platos de madera, y luego cogió unas agujas de tejer de la cesta de costura que se hallaba en el saloncito pequeño, abrió la puerta de la caseta.
Julio le recibió . - ¿Lo has abierto?
No, pero Mariloli tiene un problema
Berta cogió el tarro y... ¡plasss! Toda la pintura se desparramó por el suelo.
Julio entre contento y admirado la instó a empezar a pintar.
¿Y para que necesitamos agujas?, estamos construyendo un ovni no un jersey.
Son para las patas. – Contestó su hermano. – luego las pintaremos de plata, y esta bola de cristal que he encontrado en el suelo nos sirve como cabina...
El chico se conformó con la explicación.
Primero cortó uno de los platos con la sierra de calar, haciendo una abertura circular del tamaño de la improvisada cúpula en su centro, Berta cortó el estaño con unas tijeras adecuadas y fue recubriendo los dos platos que adosados formarían el platillo, luego con unos clavos muy pequeñitos realizó el blindaje.
Julio colocó la pila en el interior del plato inferior, sujetándola con cinta de carrocero, metió cada bombillita por los agujeros previamente realizados en el plato superior y los conectó con cables de forma que un interruptor colocado en la parte de fuera del plato inferior y conectado a la pila los hiciera encender.
Enrique serró las agujas de madera y las pintó de plata, luego las introdujo por los orificios previstos para las patitas de la nave, la cúpula ya estaba en su sitio.
- ¡Es preciosa!. – Exclamaron todos admirando la nave realizada.
- ¡Voy a por mi polaroid!. – Dijo Berta entusiasmada.
- ¿para que?. – Preguntó Julio.
- Para decirle a nuestros padres que los alienígenas han venido por aquí.
- Es muy pequeña, como no la hagamos volar...
- La caña de pescar... – Interrumpió Enrique.  – Solo tenemos que colgar la nave de la caña de pescar, yo me subo al tejado...
Julio colocó las hembrillas, tres, situadas estratégicamente en el platillo, luego ató un cordoncillo a cada una de ellas, Berta entró en casa a buscar su polaroid.
Enrique, que ya estaba sentado en el tejado al que se había subido por la barandilla de separación de la vecina descolgó el sedal y su hermano colocó los cordoncillos de la nave en él.
Enrique dio vueltas al carrete y el hilo de la caña empezó a subir con el ovni colgando, Berta salía  en ese momento y...
- ¡Clic! – una maravillosa instantánea apareció en pocos momentos.
Doña Marisa abrió la cristalera de la terraza donde encontró a su hija y sobrino con caras de culpabilidad.
Mientras tanto, Enrique, todavía en el tejado le dio vueltas al carrete de la caña para que el ovni subiera y luego agachó la caña, poniendo el ovni a la altura de la ventana de la vecina.
- ¿Pero que hacéis aquí? ¿es que no me habéis oído?, pasad dentro, que aquí hace frío, ¿dónde está Enrique?
- No sabemos, estará en el baño.
- Y ¿qué haces con la cámara fotográfica en la mano? ¡Señor! ¡que cría! – dijo empujando a ambos al salón.
- ¡UUUAAAYYY..., SOCORRO... , UN OVNI...! – Gritó la vecina al pasar por delante de la cristalera de su casa.
Enrique dio vueltas al carrete para que el aparato ascendiera, pero este se había enganchado con la hiedra que crecía alrededor del cañizo que separaba ambas viviendas.
A la mujer, que era muy vieja y vivía sola, no se le ocurrió otra cosa  que llamar a sus vecinos.
Don Ernesto se dirigió a la puerta al oír un fuerte timbrazo.
- ¡Don Ernesto, hay extraterrestres en la azotea!.
- ¿Qué?
- Si, ¡MARCIANOS!
- ¿Cómo?
- LOS DE ARRIBA. – Señaló la vecina al techo.
- ¿Qué dice señora? ¡tranquilícese quiere!. – Intentó calmarla el padre de Berta ante las atónitas miradas de toda la familia.
Unos golpes sonaron en el tejado, encima de sus cabezas.
- ¿Los oye?. ¡SON ELLOS! ¡NOS VAN A INVADIR!
Marta empezó a llorar, mientras Jorge salía por la puerta de la terraza, sin que nadie reparara en él.
- Pero señora, por favor...- Continuó el hombre.
- ¡HAGA ALGO...! ¡HAGA ALGO...!
- Pero, yo que voy a hacer..., señora?
- No sé, ¿PERO NO ES  USTED LICENCIADO?
- Y ¿qué tiene que ver la licenciatura con los marcianos?. – Preguntó Don Ernesto a punto de volverse loco.
- ¡PUES QUE ESTÁ USTED PREPARADO!
- ¿PARA QUE?
- ¡PARA LUCHAR CON ELLOS!
- ¡Señora, por Dios! ¡yo soy licenciado en económicas! ¡sólo lucho con la inflación!
- ¿PERO ES QUE NO HA IDO A LA UNIVERSIDAD?
- ¿PERO USTED CREE QUE LA COMPLUTENSE ES EL PENTÁGONO?. – Chilló el padre de Berta enfadado.
Mientras, fuera, en la azotea.
- ¿Qué haces?. – Preguntó Jorge a su hermano.
- Nada, metete en la casa. – Contestó Enrique intentando desenredar el hilo del sedal de las ramas de hiedra de la barandilla que separaba la casa de Berta de la de la vecina, una teja cayó al suelo.
En el salón...
- ¿Han oído? ¿Van a HACER ALGO?. – Siguió la vecina.
- ¡SEÑORA, TOMESE UNA TILA, YO NO HE OIDO NADA!. – Contestó Don Ernesto al límite de sus nervios.
El tío Andrés intervino. – Bueno..., yo creo que deberíamos irnos a casa..., ya es tarde. – Parecía asustado, él si había oído la teja al caer.
- No señor, no os vais sin cenar. – Respondió tajante Doña Marisa, disfrutando enormemente ante el susto de su cuñado.
Marta seguía berreando como una energúmena.
-¡Marta! ¡cállate!. – la regañó su madre.
- ¡TENGO MIEDO! ¡BUAAA...!
En la azotea...
- ¿Qué es eso?. – Preguntó Jorge señalando el juguete que seguía encendido.
- Un ovni que hemos hecho. – Contestó Enrique desenganchándolo del sedal, toma, bájalo y escóndelo en el cuarto de Berta.
Yo voy ahora, en cuanto desenganche el sedal y deje la caña en su sitio.
Jorge cogió el juguete y se lo escondió tras la espalda, entró en el salón y sin que nadie le viera accedió al recibidor donde lo dejo en la consola, tras lo cual volvió muy modosito a donde estaban los demás.
Entró en el cuarto de Berta y buscó en su mesa de estudio un folio, con un rotulador de punta gorda rosa fucsia, escribió. ¡ERES TONTA, TERRÍCOLA!. Luego cogió el celofán y volvió a cruzar el salón para pegar el folio en el espejo que había encima de la consola.
Dio unos pasos atrás mientras miraba satisfecho. Bajo el cartel relucía el improvisado platillo volante.
Más tejas volvieron a caer y sonaron dentro del salón, Enrique había conseguido desasir
el sedal y bajaba en esos momentos al suelo, todo hay que decirlo, haciendo un terrible ruido.
Los presentes miraron al techo, la lámpara de cristalitos de roca destellaba como nunca, algo la había movido desde arriba.
Sofía se ocultaba la cara con un cojín mientras derrumbada sobre el sofá murmuraba.
- Se acabó..., se acabó...
Marta lloraba sin parar y los adultos se miraban sin saber que hacer.
- Vamos fuera. – Ordenó Don Ernesto a su hermano.
- ¿Tú crees que es prudente?
- ¡ANDRÉS!
- ¡BUENO HOMBRE, NO GRITES!.
En ese momento entraba Enrique por la puerta.
- Pero... ¿de donde sales?. – Inquirió Don Ernesto.
- De la caseta... ¿por qué?
- ¿Has visto algo?
- ¿Algo de que?
Muy avergonzado, Don Ernesto preguntó. – Algo fuera de lo normal.
- ¡NOOO!, solo herramientas.
Su padre interrumpió.  - ¿y extraterrestres?
- ¿Qué?. – Se hizo el sueco Enrique.
Berta se distrajo y de su bolsillo cayó al suelo una tarjeta.
La vecina la cogió amablemente, ya más tranquila, al verse arropada por tan gran familia.
- ¡UUAAAYYY...! ¡SON ELLOS, LOS QUE YO HE VISTO, LA NIÑA LOS HA FOTOGRAFIADO!
Don Ernesto cogió la foto, y tras mirarla con cierta lividez en el rostro, preguntó. - ¿De donde la has sacado?
Julio defendió a su prima. – La ha sacado en la azotea.
- ¡SEÑOR, SON ELLOS, LOS QUE YO VI, ERAN CIENTOS Y VIENEN A ABDUCIRNOS, COMO EN LAS PELÍCULAS AMERICANAS! ¡EL FBI!, ¡EL FBI..., LLAME AL FBI!. – Gritó la anciana agarrando a Don Ernesto por las solapas.
- Pero ¡SEÑORA! ¡QUE NO ESTÁ USTED SACUDIENDO UNA ALFOMBRA!, ¡QUE MANIA HA COGIDO USTED CONMIGO!
La mujer se desmayó.
- Las sales, Berta, ¡las sales!
- ¡Yo las traigo!. – Gritó Jorge.
- ¿Tú?. – Inquirió la madre de Berta con desconfianza, pero tuvo que callarse pues su cuñada la miraba muy mal, al fin y al cabo... era su retoño. – Está bien, están en el armarito del cuarto de baño.
Julio, Berta y Enrique se miraban entre ellos asustados ante la que habían  organizado.
Jorge volvió a desaparecer... Esta vez, se dirigió a la habitación de los anfitriones, marcó uno de los dos números de la casa, concretamente, el del teléfono del recibidor donde se hallaba la consola. Antes de todo se había encargado de cambiar las sales en el cuarto de baño por una bolsa de polvos pica pica que llevaba en el bolsillo.
¡Ring...ring...ring...!. – Sonó el teléfono.
- ¡Voy yo!. – Aulló Jorge corriendo al recibidor, al cabo de unos segundos apareció en el salón. – Es para usted señora, preguntan por la vecina.
La mujer corrió hacia el recibidor, en el espejo de la consola un letrero pregonaba. - ¡ERES TONTA TERRÍCOLA!. – Debajo, descansaba el ovni todavía encendido, que los chavales habían construido.
La mujer volvió al salón donde la esperaban todos.
- ¡Me..., me..., me voy a desmayar!
- ¡Las sales!, Jorge, ¡las sales!.
- Aquí están. – Dijo el niño tendiendo el frasco de pica pica.
La anciana aspiró y... ¡AAAACCHHUUUUSSS...! – Poniendo los ojos bizcos, estornudó con tal fuerza que salpicó cual surtidor a toda la familia, cayendo encima de Sofía, que en el sofá clamaba.
- ¡UUAAYYY...! ¡ya están aquí...! ¡nos matan... NOS MATAN!.  – Sin querer ver nada de lo que pasaba alrededor y protegiéndose los ojos con un cojín.
Lo demás no merece ser contado, todos los presentes se pasaron una semana rascándose con primor perruno, en cuanto a la vecina, han de pasar unos meses hasta que se olviden las afrentas sufridas.
Por cierto, el OVNI ha servido para que pongan un diez a Berta en Pretegnología...






CONTINUARA…