Estaba aburrida, no tenía deseos de salir, hacía tiempo que sentía una gran crisis espiritual, por lo que apenas visitaba la iglesia por la tarde, escuchaba misa de mañana tras el rezo de Laúdes, y solo me acercaba a esa hora vespertina cuando esta estaba vacía y para meditar mirando el sagrario, entre medias, rezaba con la comunidad de frailes el rezo de Vísperas.
Desde algunas semanas antes me levantaba en mitad de la noche con insomnio, esto se repetía a menudo, de tal forma que escuchaba un programa de radio sobre el beato Rafael Arnaiz y Barón, todavía no sé si transmitían el programa a diario o si era casualidad que yo me levantara cuando estaba en antena, algún domingo por la tarde también sintonizaba con él, era el único consuelo espiritual que obtenía en mi noche oscura, como San Juan de la Cruz definiría este estado de animo.
Todo lo relatado lo conocía, pues ese mismo verano, había leído un libro sobre él, más todo me sonaba a nuevo, no había sentido tanta alegría y ganas de vivir como cuando leí su historia, era la de un joven rico, pintor, dibujante, enfermo, que abandonó la carrera de arquitectura por la Trapa, sus escritos se hicieron pronto populares y ahora se divulgan como un claro ejemplo para los jóvenes de cómo no está reñido el aparente fracaso en la vida, (salió de la trapa tres veces debido a su diabetes de la que moriría a los veintisiete años en su querido convento), con la santidad. Esto ocurrió en abril de 1938.
Mi madre me dijo. - ¿Por qué no vas a la calle? Hay un mercadillo en el Postigo de San Martín, vete a verlo y te distraes un poco.
Me dirigí a la iglesia, estuve un rato largo meditando tras las Vísperas y me acordé de las palabras de mi madre, me encaminé al rastrillo, segura de que nada de lo que viera haría mella en mí...
Así fue, después de recorrer todos los puestos volvía a casa, pero un escaparate llamó mi atención, era una librería de bibliófilos, no se me ocurriría nunca mirar una tienda tan lujosa, los libros antiguos son carísimos, y no siento demasiado interés por determinadas lecturas, aún así me desvíe de mi camino, ¡era la primera vez en mi vida que iba a mirar ese escaparate!.
Este estaba encendido, aunque cerrado, eran más de las ocho de la noche, lo primero que vieron mis ojos fueron las palabras Arnaiz y Barón, me llamó la atención la portada de letras góticas y grandes, y una estampa que estaba pegada por la parte superior, representaba a un diminuto monje vestido con una cogulla blanca mirando el mar inmenso ante él, desde un acantilado...
- ¿Cómo? - Seguí leyendo – Fray Maria Rafael, monje trapense.
Era un libro antiguo, no sabía lo que costaba, pero decidí averiguarlo al día siguiente.
Volví a la tienda por la mañana, era sábado, entré, podía ser distinto del que había leído.
Lo ojeé, la vendedora me miraba con cara de incredulidad, ¡una mujer relativamente joven interesándose por el libro viejo de un fraile!, creo que le daba pena de mi.
Yo pensaba, ¿sabrá esta señora que este monje es santo desde hace apenas un mes?
De ahí los programas en homenaje a su futura canonización.
No miré más que el interior, y leí un texto del evangelio que no había en la edición moderna que poseía, además de algunos dibujos, esto me decidió, por otra parte era más barato que la el libro que había leído. - Me lo llevo.
La mujer flipó.
Le di treinta euros, y esperé la vuelta de cinco, la mujer estuvo a punto de avisarme de que eran demasiados, tan alucinada estaba de la venta.
Yo creo que porque era una tienda de lujo, que si no... hubiéramos regateado y me lo habría vendido más barato, ¿quizá por diez euros?
Cuando volví a casa y se lo enseñé a mi madre, que lo revisa todo con lupa.
- ¡Pero hija! ¡si es una primera edición y solo hay veinticinco iguales, en la estampa viene señalado como el número diecinueve! ¿cuánto te ha costado? ¡esto valdrá un dineral!
Ahí quedó la cosa.
Al día siguiente era domingo, en la catedral de la Almudena había una misa por el reciente San Rafael oficiada por el cardenal Rouco y ofrecida por el Colegio de Arquitectos de Madrid.
Yo quería que me dedicara el libro algún miembro de la familia del santo, pero ¿cómo conocerlos?, me dirigí a un monseñor que conocía de la televisión y que va a permanecer en el incógnito, amablemente llamó a un hombre de mi edad más o menos, un sobrino nieto de Rafael, cuando saqué el libro...
- ¿Pero de donde ha sacado eso? ¡es una primera edición! – exclamó el monseñor con cara desencajada tomando el libro en sus manos.
- Sí.
- ¡No, no es una primera edición...! – Intentó consolarse mirando el interior.
- Si, es una primera edición, y tiene una estampa dibujada por Rafael, solo hay veinticinco libros iguales, ¿Ve? – Dije mientras señalaba el párrafo en que lo decía.
Al monseñor casi le da un colapso, y como no es mi intención hacer daño a la alta jerarquía de la iglesia y ese obispo en concreto me caía muy bien, contesté. - Cosas del santo.
El sobrino me lo dedicó con la estilográfica que le ofrecí, y dijo para quitar hierro. – Si, hay muchos libros como este, yo tengo uno.
El pastor de la Iglesia, al borde de la depresión, dejo de mirarme y me fuí tras agradecer a ambos su amabilidad.
En fin... Rafael, siempre tuviste un sentido del humor un tanto peculiar..., ahora tu libro está encuadernado en piel azul marino, como mi noche oscura y reposa en la estantería de una dibujante que escribe y que quisiera seguir aunque fuera de lejos tus pasos, por lo pronto cuando veo su lomo con tu nombre al que solo le he cambiado el Fray de la portada original, que conservo en el interior (diseñada por tu maestro de pintura), por el de San Maria Rafael Arnaiz y Barón, monje Trapense, en letras de oro que relucen como estrellas y sus respectivos florones, pienso que quizá para ti no sea un fracaso y tú en el cielo también pintes mi nombre con letras doradas.
Beatriz Diez Fernández
Libro publicado por la madre del santo en 1948, edición de 25 ejemplares
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