domingo, 9 de noviembre de 2014

LA LECHERA

Era una mujer extrovertida y según decían algunas parroquianas, simpática, claro, que esto lo decían aquellas urracas de la iglesia que se empeñaban en despedazar las vidas de los demás. Regentaba una lechería, y todos los vecinos del barrio la conocían bien, los más prudentes compraban y se iban, pues entre venta y venta les dejaba tiesos como arenques con sus comentarios malintencionados, y sus intrigas para saber de las desgracias de los demás, que a su vez servían de pan nuestro de cada día cuando volvía a reunirse con los buitres de la parroquia. Con ella trabajaba su hija de diecisiete años, que no estaba orgullosa precisamente de las intrigas de su madre, ella era una chica noble e inocente, pero la lechera era su madre y tendría que defenderla siempre ante los demás, aunque lo cierto es que ella no tenía amigas a causa del carácter malévolo de esta, y no parecía que a su madre le importara nada. En cuanto a su padre, callaba ante los pecadillos de su mujer por no soliviantarla más aún, la lechera en el fondo sabía que su marido era muy poco hombre…, por eso todas las tardes dejaba la lechería a su cargo para ir a misa. Y ¡que no se le ocurriera chistar!, él respiraba aliviado durante una hora al menos… ¡no se le ocurriría nunca contradecirla! El cura párroco la conocía de sobra, y la temía un poco, a ella y a su grupito de amigas, pero hasta Cristo tuvo su cruz y él no iba a ser menos. Un domingo la lechera entró en la sacristía, acostumbraba a entrar todos los días para enterarse de las conversaciones de los parroquianos, pero esta vez era por diferente motivo. - Don Paco, ¿ha visto usted en la iglesia al pintor? - ¿Qué pintor? - Ese que es tan famoso y sale en la tele, el que pinta retratos de famosos… Don Paco pensó y tras esforzarse en recordar los programas del corazón preguntó. - ¿Diego Landa? - ¡El mismo que viste y calza…! – Contestó la lechera entusiasmada. – Yo no sé que hace en este barrio, pero el otro día estaba en misa, claro, como es pintor, tendrá mucho de que arrepentirse, esa gente…, vive en un ambiente… ¡alabado sea Dios! ¡Y la Virgen Santísima! ¡no lo quiero ni pensar!. – Exclamó santiguándose con un exagerado ademán. Don Paco permaneció impasible mirando a la mujer, deseaba que se fuera, pero no se lo iba a decir…, naturalmente…, con la mano la cogió del brazo y la dirigió a la salida alegando que tenía que cerrar la iglesia. La lechera se fue toda ofuscada. Sus amigas la esperaban a la entrada, ávidas como buitres carroñeros. - ¿Qué te ha dicho? - Nada, ni se ha inmutado, claro, como es cura…, es amigo de los pecadores, o a lo mejor es que él es pecador y por eso les defiende. Las amigas rieron y tomaron el camino de regreso a sus respectivas viviendas entre sarcasmos y comentarios injuriosos contra el joven cura. Don Paco recibió la visita del gran pintor Sergio Landa, este sabía de sus intenciones de colocar una Inmaculada en el altar Mayor y venía a ofrecerse para pintarla, le haría un buen precio, su obra colocada en una iglesia del centro de la ciudad era para él ya un aliciente. Don Paco sonrió y tras ser interrogado por las jóvenes de la parroquia, prometió obtener las fotos de algunas de ellas, las que pudieran servirle de modelo, para que todo quedara en casa, se despidieron con un apretón de manos. Pasaron unos días, en el pórtico del templo un cartel anunciaba. En esta parroquia se va a colocar una imagen de la Virgen Inmaculada, para ello necesitamos las fotos de las jóvenes entre quince y veinte años que quieran ofrecerse como voluntarias para posar, la que sea elegida, será retratada y ocupará su imagen el altar Mayor, el encargado de la obra será Diego Landa. Un revuelo se hizo entre los parroquianos, las madres instaron a sus hijas a presentarse, alguna de ellas era mayor de veinte y hasta de treinta años, y otras, eran todo lo contrario a espíritus angelicales. El sacerdote repasaba en la sacristía las fotos obtenidas, delante de la mesa de su despacho tenía al gran pintor. Este recibía del anterior una a una, las fotos y las miraba, era una buena colección de retratos de estudio, en la que algunos feligreses habían gastado lo que necesitaban para acabar el mes. Después de más de un cuarto de hora de mirar y remirar, el pintor eligió una foto de entre la marabunta que llenaba la mesa del despacho parroquial. - Esta puede servir. Don Paco miró la fotografía. - ¿Está usted seguro? - Si, tiene una mirada profunda y aire virginal, parece no haber roto un plato en su vida, y a la vez parece tener una gran sabiduría. Es como si supiera todo lo que va a pasar a su alrededor. Don Paco asintió. – Y lo sabe, ¡vaya si lo sabe!. Pasaron otros dos meses, la iglesia estaba llena de la gente del barrio, todos los feligreses esperaban impacientes el momento en el que el gran lienzo cubierto por una tela de terciopelo granate sería descubierto. El sacerdote advirtió. El famoso pintor Diego Landa, ha decidido que la joven debía tener las cualidades que observó en la fotografía, que entre otras varias, yo le di a elegir. Las fotos las tomasteis vosotros, así que espero que os guste este nuevo retrato de la Virgen, pues a partir de hoy será causa de devoción para los transeúntes y futuros feligreses de la parroquia. El pintor destapó el cuadro, y ¡OOOOHHH!, apareció la hija de la lechera en actitud devota con las manos extendidas y expresión sencilla. A la lechera casi le da un sincope de la emoción, pero el barrio entero que la odiaba con toda su alma comenzó a gritar. - ¡Estafa, estafa…! ¡yo no voy a rezar a la hija de la lechera! Esta última comenzó a llorar avergonzada y salió de la iglesia corriendo, abriéndose paso entre la gente, mientras, su madre, estaba al borde de una crisis nerviosa, escuchaba los insultos y abucheos de toda la comunidad, el daño que había hecho impunemente durante tanto tiempo se le vino encima en un momento. Las amigas, celosas porque sus protegidas no habían sido retratadas, le dieron de lado y se reunieron en un grupito, ella sabía perfectamente lo que sucedía cuando se ponían en corrillo. Con la mirada buscó a su hija, pero al único que vio fue a su marido, que intentaba hacerse oír entre los abucheos de la gente…, con una mirada de reproche le dijo. - Tienes lo que te mereces, mujer. Don Paco tardó más de media hora en acallar las voces y griteríos de los parroquianos, y se decidió que el cuadro de la Virgen sería vendido en cualquier galería, con el dinero obtenido se haría otro menos comprometido para ponerlo en el altar Mayor. Diego Landa, que no era hombre próximo a la iglesia, después de semejante espectáculo lo fue aún menos, se cambio de residencia y todavía hoy en día se cuenta en la zona lo que ocurrió con la hija de la lechera, a la que nadie, como no sea un particular que no conozca a su madre se le ocurrirá nunca tomarla por la Virgen Inmaculada y mucho menos rezarla. Aunque a esta ya le importa poco, pues al ser retratada por un maestro de la pintura, las chicas del barrio empezaron a tenerla en cuenta, y no digamos los chicos…, ahora es famosa por el gran grupo de amigos que tiene. Es lo que se dice una chica popular…

miércoles, 3 de septiembre de 2014

EL COCHE DEL VECINO

Le corroía la envidia, era un triunfador, tenía todo lo que podía desear, pero siempre ansiaba tener lo de los demás, su esposa era una buena mujer, su casa, de las mejores de la urbanización, sus coches, los más flamantes, pero aún así, no era feliz, ese vecino que tanto sonreía…, tenía algo que él ansiaba y de lo que carecía, una familia, un cadillac, era superior a sus fuerzas, lo detestaba. De joven siempre había querido un coche como ese, era un ejemplar muy difícil de encontrar, y cada vez que lo veía, el rencor se le subía a la cabeza. Su mujer le conocía bien, sabia del deseo de su marido, y callaba cuando el vecino aparcaba su enorme coche a la puerta de la casa de enfrente. Al llegar un día del trabajo vio como su mujer, que mantenía estrechas y amigables relaciones con los vecinos, se encontraba con el hombre tan detestado por él, charlaban animadamente y ella, incluso reía, ¿Cuánto hacía que no reía con él?, ¡esto era demasiado! Sintió que la sangre le subía a la cabeza, no veía nada, aparte de su mujer hablando con el vecino, y el cadillac entre los dos a la puerta de ¡su propia casa! Esa noche, sin dejar de pensar en los celos que le arrebataban el alma y le cegaban, se dirigió al jardín para fumar un cigarrillo. Allí seguía el cadillac, impecable, su carrocería brillaba de un azul metalizado a la luz de una farola, fue al garaje, cogió unos botes de pintura que habían quedado de la última vez que se dio un repaso a la casa, unas herramientas y un cuchillo afilado. Se encaminó impertérrito al cadillac que parecía provocarle a la puerta de su propia casa, pinchó las ruedas, hirió con un rastrillo la lustrosa carrocería y le dio unas manos de pintura a los cristales, limpios como los chorros del oro. Satisfecho volvió al garaje, dejó las herramientas y regresó a la alcoba dando las buenas noches a su mujer, más al poco rato, ya estaba dudando de su fidelidad, esa noche no durmió bien. A la mañana siguiente, su esposa le recibió con una felicitación, era su aniversario de bodas, él lo había olvidado por completo, allí afuera le esperaba una sorpresa, los dos salieron a la calle. El cadillac destrozado era su regalo, su mujer se lo había comprado en secreto al vecino, ella miraba espantada, pero no más su marido, el deplorable panorama.