Erase una vez un hombre que tenía tres hijos, al mayor y al pequeño los quería y ayudaba en todo lo que podía, dándoles lo que necesitaban, no así al mediano, del que se avergonzaba, la razón era que este era tímido y respetuoso, por eso no conseguía nada en la vida, y él no iba a ayudar a quien no se ayudaba a sí mismo, este no era como sus hermanos, fuertes y capaces de salir adelante, pisando a todo aquel que se le pusiera en medio, ¿cómo podría haberle salido un hijo así?
Los otros eran su orgullo y gustaba de hablar con ellos de sus proyectos e ilusiones, pero en cuanto al mediano, no lo hacía sino era para increparle que no servía para nada.
Los hermanos crecieron y se hicieron adultos, cada uno encontró una esposa, y el padre viendo que perdía poco a poco a sus hijos decidió reunirles a la sombra del porche de la casa, hizo esto para contentar a su esposa, que tendía siempre a defender al mediano, más que nada por que le veía débil e indefenso ante la soberbia de su marido, claro que ella le comprendía mejor que nadie, en realidad era el más fuerte de los tres, pues no tenía solo que luchar contra los avatares de la vida manteniéndose en la conducta mas honrada sino que tenía que aguantar los desprecios de su propio padre.
Este les dijo. – Aquí tenéis tres árboles, son frutales, si vuestras esposas consiguen deleitarme con un pastel realizado con sus respectivos frutos... cando crezcan..., yo le dejaré mi herencia al ganador.
En tres tiestos había tres plantitas, el padre dio la primera al mayor, una zarza, al segundo un plátano estéril y al pequeño un manzano.
Los hermanos se casaron y se fueron de casa para vivir sus vidas en sus respectivas viviendas, el mayor en un chalet con jardín, el pequeño en un adosado, el mediano se tuvo que ir a una casa de alquiler y plantó el árbol en el bosque.
El mayor obtuvo una hermosa zarza pasados tres años, esta dio unas bellas flores blancas con el centro de color y luego en verano aparecerían las primeras moras verdes que pasarían al color rojo con el tiempo, en septiembre, en plena madurez se volvieron negras.
Su esposa hizo un gran pastel con ellas e invitó a su suegro, este se arrellanó en su asiento satisfecho, mesandose la descomunal barriga tras la comilona.
Muy bien hijo, has elegido una buena mujer.
El pequeño sintió envidia de su hermano, el manzano no había crecido lo suficiente. ¡A ver si se quedaba con la herencia!
No dejaba de cuidar al arbolito, que crecía más lentamente, según su naturaleza, a los tres años, al llegar la primavera empezó a florecer y en septiembre dio las primeras manzanas.
Su esposa hizo un maravilloso pastel de manzana, y el hijo invitó a su padre a comer a casa.
Muy bien hijo, has elegido una buena mujer... – Dijo plenamente satisfecho.
A partir de ese momento cuando llegaba septiembre era invitado a comer pastel de manzana.
El mediano seguía teniendo problemas de dinero, pero se ganaba la vida honradamente, sabía lo que había ocurrido con su árbol, que ya le pareciera en su día, cuando su padre se lo entregara, que no era un frutal.
Solía sentarse a la sombra del plátano plantado en el bosque con su mujer y sus pequeños hijos, ese que su padre le entregara con el fin de no verle más.
Pasaron los años, el padre era ya un anciano y reunió a sus hijos preferidos de nuevo, les anunció que iba a repartir la herencia entre los dos, pues ambos le habían satisfecho durante su vida, estos, se indignaron y más sus mujeres, armaron una descomunal trifulca, su esposa ya hacia años que había fallecido, hasta entonces había seguido viendo a su mediano y pidiendo al cielo que padre e hijo se reconciliaran...
El viejo se sintió solo de repente.
Las esposas de sus hijos estaban a punto de tirarse de los pelos...
- ¡Las moras duran menos tiempo que las manzanas! – Gritaba una.
- ¡Pero yo he estado haciendo pasteles más años!. - Contestaba la otra.
- ¿Para eso hemos cocinado tantos pasteles? ¡para un viejo egoísta!. – Gritaban ambas...
No le habían querido más que por su herencia, él ya lo sabía, pues lo había fomentado, pero lo había hecho para no quedarse solo, y ahora, tenía a su familia dividida y soltando sapos y culebras en su contra.
Se dirigió al bosque, necesitaba encontrarse consigo mismo y aclarar sus sentimientos si es que los tuvo alguna vez...
Se sentó a la sombra de un gigantesco plátano, escuchó unas risas a sus espaldas, una familia merendaba a su pie, sintió envidia, ¿cómo habría hecho ese hombre para mantener tan gran parentela unida?
Perdonen... ¿les molesta que me siente aquí? Si es así me voy. – Preguntó humilde.
El patriarca reconociéndole como a su padre repuso. - No te vayas papá, esta es tu familia. – Y dirigiéndose a él le abrazo. – Han pasado muchos años. – Añadió invitándole a merendar con sus esposa, hijos y nietos...
El viejo sintió unos grandes deseos de llorar, mientras sus bisnietos le tiraban del pantalón con inocencia...