El grumete estaba triste, miraba al océano con nostalgia, allá, en tierra, estaba su mejor amigo del instituto, él había tenido que embarcar pues se necesitaba el dinero en casa, el viejo marinero... además de capitán, le vio solo, acodado en la amura de proa y comprendió.
Se sentó a su lado y tras encender su pipa empezó a decir...
Cuenta la leyenda que en cierta ocasión, el cielo, olvidando que debía su color a los rayos del sol, se envaneció de sí mismo, su azul intenso reflejado en las aguas del océano hacía que se contemplara en todo su esplendor como en un espejo, el mar otrora humilde e incoloro había adquirido el color de aquel que contemplara en lo alto sintiéndose tan bello y hermoso como este.
Ambos, cielo y mar se contemplaban extasiados, eran mas que amigos, eran serenidad y belleza, no había en la tierra nada semejante a ellos, los hombres insistían en conquistarles, pero ellos sabían de cierto que nada ni nadie les podría nunca dominar.
Eran fuertes y poderosos, solo un ser más poderoso que ellos podría vencerlos.
El sol, irradiando sus fuertes rayos luminosos tuvo conocimiento de que el mar se había olvidado de su luz, al verse vestido del color del cielo, ya no pensaba en él, sino solo en si mismo, el cielo se reflejaba en él y se sabia admirado y pleno.
El cielo lo miraba con dulzura infinita, conmovido por su simpleza.
El sol se enfadó, el mar no contaba con él para nada, habló con una nube gris, le dijo, - Entre cielo y mar hay una relación tan intensa que el último se ha olvidado de mi, - ¡interponte entre ellos para que vean lo que pasa¡.
La nube obedeció.
Una gran tempestad cayo sobre el océano, este era tan gris como la nube, que trajo una gran lluvia, el mar lloraba de soledad, mientras los animales de la superficie nadaban al fondo para resguardarse del temporal.
El cielo, un poco trastornado, observó como el mar había desaparecido de su vista, ¿qué era esa gran nube gris que ocultaba su imagen en el fondo de las aguas oceánicas?
El océano echaba de menos al cielo y se hundía en la desesperación, sin reparar en que su
oscuridad no era causa del último, y este... todavía azul (pues conocía bien que su tono era producto del sol, al estar mas cerca de él) no comprendía el sufrimiento del océano, pues una negra nube los separaba, solo sabía... que él, todavía era amado, aunque no entendía porque no se reflejaba ya su belleza en las aguas de su inseparable amigo.
Se encontró solo de repente, pues las avecillas migratorias no se detenían en su vuelo para escucharle, ya no le quedaba mas que la amistad del sol, humilde le preguntó porque le había ocultado a su amigo, al que se había ganado a pulso.
Este le increpó.
- ¿no te has dado cuenta de que todo lo que eres me lo debes a mí? Tu hermoso color lo producen mis rayos al filtrarse en la atmósfera, el mar no hace sino reflejar lo que de mí recibes.
El cielo calló, el océano no paraba de increpar al sol, mas poderoso que él y su amigo para que volviera a hacerse la luz, a la vez el cielo le pedía que su gran compañero le volviera a hallar, este escuchando sus ruegos insistentes y comprendiendo que ambos amigos habían aprendido bien la lección, mando alejarse a la nube.
Cielo y mar volvieron a verse frente a frente, pero ya no eran solo ellos, habían aprendido que el sol era el mejor amigo de ambos.
Desde entonces cuando alguien se encuentra en la noche oscura y olvida a su mejor amigo, se le cuenta esta historia que no es otra sino la de Dios, el único capaz de hacer que perviva una amistad verdadera..., concluyó el viejo marinero dándole una colleja en el cogote a su grumete... que sonrió tímidamente dirigiendo la vista al sol.