viernes, 1 de enero de 2016

OPERACION OVNI

Cap. XIX
PROYECTO OVNI

Los tíos de Berta habían llegado a casa, era la tarde de un sábado y la niña se encontraba perdida, es decir, no se sabía donde estaba, pero como esto era lo habitual, nadie le dio mucha importancia.
- Hola Avelina..., Andrés...  – Saludó la madre de la niña.
- Hola. – Contestó a coro el matrimonio.
Con ellos iban sus tres hijos, Julio, de doce años, Enrique, de ocho y Jorge, de cinco.
El padre de Berta con su discreción habitual se dirigió a la puerta de su despacho para cerrarlo con llave, era un acto reflejo que realizaba cada vez que veía en su casa a Jorge.
Su mujer, en cambio, optó por la diplomacia, tras dar sendos besos a los dos mayores, se dirigió al pequeño.
- Hola caballerito.
El niño se mostró displicente y con un mohín, se dirigió a un estante de la librería del salón.
Los anfitriones se miraron, Don Arturo le seguía.
El chico sonrió  y puso la mano sobre una figura de porcelana carísima, el hombre comenzó a temblar.
- Mira rico, ¿has visto que bola de nieve más bonita?. – Comentó el hombre señalando un recuerdo de París, una esfera de cristal con la torre Eiffel dentro, con un movimiento rápido de la mano la puso boca abajo y luego la volvió a poner de pie, dentro del cristal cayó una bonita nevada.
El niño sonrió con la mano puesta todavía en la figura de porcelana.  – No me gusta. – Declaró tajante.
- Toma la bola, hazla nevar tú, ya verás que divertido...- Comentó Don Arturo conteniéndose.
Su hermano interrumpió. - ¡Jorge! Haz lo que te dicen. – El niño soltó la figura de mala gana y cogió con enfado la bola, esta empezó a oscilar por el aire de una mano a otra volando por el aire.
El tío Andrés quito hierro al asunto. – Bonita, la bola.
La madre de Berta empezó a reír entre nerviosa y relajada al ver su figura de porcelana a salvo. - ¡Oh si!, eso es de nuestro viaje de novios...
La tía Avelina hizo memoria. – Es cierto, estuvisteis en París... ¿Subisteis a la torre Eiffel?
- Por supuesto. – empezó a decir Don Arturo muy sonriente, mientras  las mejillas de su mujer adquirían un tinte colorado.
El tío Andrés, que era incapaz de estar callado mucho tiempo, empezó. – A saber porque sonríes... pillín...
- ¿Yo?
- Si tú, a mi no me engañas, Marisa no se pone colorada por nada... ¿qué? Te quería mucho en aquella época, ¿eh?
Al señor Álvarez casi le da un ataque de risa
- Pero bueno, ¿qué te pasa?
- Nada, nada..., ja...ja...ja...
- Tu marido se ha vuelto loco. – le increpó indignado a su cuñada.
- Ernesto, compórtate. – rezongó su mujer.
- Ja, ja...ja...
- ¿Me cuentas el chiste, diantre?. – Increpó a su hermano.
- ¡Vale hombre! No te pongas así..., es cuando subimos a la torre, Marisa empezó a decir que la torre tenía muchos agujeros, y mientras yo miraba el paisaje de París apoyado en una barandilla me di cuenta de que no estaba, miré y miré a mi alrededor y me encontré con un montón de extranjeros que me miraban de un modo extraño.
- ¿Y Marisa?
- Pues ahí esta la gracia, que mi esposa parecía haberse fugado con otro, porque más que buscaba a mi alrededor todo eran extranjeros.
- ¿Dónde estaba?
- Ja...ja...ja..., me puse tan nervioso que fui a encender un cigarrillo, y al agachar la cabeza para buscar en el bolsillo el paquete, me encontré con Marisa que estaba a gatas en el suelo escondiendo la cabeza, mientras la gente la miraba con sorpresa.
Un coro de risas estalló en el salón.
Marisa se disculpó con un hilillo de voz. – Tengo vértigo...
- Pero mujer... – La regañó el tío Andrés. - ¿Tú crees que la torre se va a caer?
- ¡A mí que me importa la torre!, lo que no soportaba es que tuviera tantos agujeros..., cuando miraba abajo veía el vacío... ¡IIIiii! ¡eso más que una torre es un queso de Gruyere!
- Lógico, para algo son franceses... – Contestó divertidísimo su marido.
Marisa sintió un escalofrío.
- ¡Crasss!. – La bola de cristal yacía en el duelo, la esfera por un lado y la peana con la torre Eiffel por otro, Jorge ya había hecho una de las suyas.
- Por cierto ¿dónde están las niñas?
- Pues Sofía está en su cuarto, Marta con ella y Berta...- Se interrumpió la madre.
Berta se hallaba en la caseta prefabricada de la terraza de su casa, era esta una pequeña habitación de madera de pino de dos por tres metros de largo, que servía de taller al padre de familia.
Estaba adosada a la fachada de su casa y su cubierta consistía en un pequeño tejadillo del mismo material, que caía en diagonal sobre la puerta de la caseta.
Berta se encontraba sentada  en un pequeña mesa mirando con deleite unas bombillas, una tabla de madera, un conjunto de cables y una pila, alrededor suyo, todo un conglomerado de herramientas de bricolaje colgaban de las paredes.
La razón de su incipiente interés por la electricidad no se debía a ninguna causa natural  sino a un trabajo de pretegnologia que la habían encargado en el colegio.
El primer paso ya estaba dado, las monjas la habían encargado comprar una bolsita con los elementos necesarios para construir un juego, que durante décadas todas las alumnas habían realizado con el mayor desinterés.
De todas formas era muy emocionante entrar en la tienda de electricidad y pedir la consabida bolsita que las alumnas de cierta madurez pedían cuando llegaban a la adolescencia, eso la hacía sentirse... como diría yo..., más mujer...
La cuestión era que ahora que tenía ya todos los elementos sobre la mesa, no sabía que hacer con ellos. Según las monjas todo consistía en conectar cables a la pila y a las bombillas, pero ¿para que tanto trabajo? Se preguntaba la chiquilla mientras acercaba el culo de una bombillita a la pila y comenzaba a lucir con potente brillo.
- ¡Es increíble! ¡y lo he hecho yo!
- ¡Desde luego! ¡Edison no lo hubiera hecho mejor!.  – Exclamó alegre un chico rubio entrando por la puerta de la caseta.
- ¡Julio!
- ¡NO, AGOSTO!
- ¿Qué haces aquí?
- Nada, me preguntaba que estaría haciendo mi primita... – Y después de echar una mirada en derredor de la mesa añadió. – O deshaciendo...
Julio era un chico de doce años, la misma edad de Berta, pro con la salvedad de que la llevaba dos meses más, lo que le daba un prestigio inusitado ante los ojos de la niña, que reconocía en él su mayor experiencia de la vida.
- Pues... intento hacer un juego que me han mandado las monjas..., pero no sé..., no me convence demasiado.
- ¡Ah! ya sé, el jueguecito de relacionar animales con sus respectivos continentes o lo que a ti te de la gana ¿no?
- Si, ¿ya lo has hecho tú?
-Claro, y me han puesto un diez, si quieres te lo traigo un día.
- ¿Y entonces que hago con esto?
- No sé... ¿te gustan los ovnis?
- Los ovnis... depende,  en las pelis si, pero prefiero no encontrarme con ninguno en la tierra, no vayamos a fastidiarla... ya sabes..., son tan verdes..., los marcianos, claro.
- ¡Oh no! Ya no son verdes.
- ¡Ah! ¿no?
- No, ahora son grises.
- Y ¿por qué?
- Dice mi padre que por lo de la crisis, que cuando el dólar marcha bien los marcianos tienen el mismo color, pero como ahora la bolsa de Wall Street esta bajando, los extraterrestres están perdiendo el color.
- ¿Has visto alguno?
- Más quisiera yo... que hacer un viaje interestelar y volver a tierra como un héroe, y que me reciba el presidente de los Estados Unidos en la Casa Blanca.
- ¿No te conformas con el alcalde de Madrid en la Plaza de la Villa?
Una cabecita rubia apareció por la puerta, era Enrique, el hermano de ocho años de Julio.
- Hola, no sabía que también habías venido tú... – Saludó la niña.
- Estamos aquí todos.
- ¿Todos?
- Si te refieres al terremoto, mamá quería venderlo a un buhonero, pero ya no existen y a Jorge no lo quieren en ninguna parte ni a precio de saldo.
- Ya vamos, que como dice papá, la oferta supera la demanda
- Pues estamos solos, los demás se han ido al parque, sólo Sofía habla por teléfono en el salón. ¿Qué hacíais?
- Vamos a construir un OVNI.
- Voy corriendo a la cocina a coger dos platos de madera, los serramos y construimos el fuselaje.
- ¡pero los ovnis no son de madera!
- ¡Mirad!. – Gritó Julio, placas de estaño, ¿de que las tiene el tío?
- Es de Marta, la obligaron a hacer un cuadro en relieve con un punzón, lo que queda ahí son los sobrantes. – Respondió Berta.
- Suficiente para recubrir los platos  y conseguir que parezca metálico.
- ¿Qué más tiene un Ovni?.
- Lucecitas de colores en el contorno, ¿no has visto las pelis de ciencia ficción?.  – Contestó Enrique
- Si, pero las mías son transparentes.
Julio decretó. – La laca de cristales de colores servirá para pintarlas.
El tarro no se abría y Enrique propuso. – Se lo llevaré a Sofía.
- De paso tráete los platos de ensalada... – Le dijo su hermano.
En el salón, Sofía... – Porque Mariloli está saliendo con ese chico, ya sabes el que tiene una moto azul y que sale de estranjis con la amiga de su hermano, que es amiga a su vez… de la antipática de nuestra clase, enemiga de Mariloli.
Enrique gesticulaba con el tarro en la mano. - ¿Me lo abres?
Sofía le ignoró. - ... no, del hermano de Mariloli.
- ¿Qué si me lo abres?. – Habló más alto.
Sofía a lo suyo. – No, la enemiga de Mariloli, que no te enteras, pero si ¡está clarísimo!
- ¡ABREMELO!. – Gritó el chico
Sofía pegó un salto. - ¿por qué chillas?
- ¡Para que me abra el frasco MARILOLI...!
Sofía se ruborizó, intentó abrir el tarro y al no conseguirlo, lo tiro despreciativa contra el sofá.
Enrique se dirigió a la cocina, cogió los platos de madera, y luego cogió unas agujas de tejer de la cesta de costura que se hallaba en el saloncito pequeño, abrió la puerta de la caseta.
Julio le recibió . - ¿Lo has abierto?
No, pero Mariloli tiene un problema
Berta cogió el tarro y... ¡plasss! Toda la pintura se desparramó por el suelo.
Julio entre contento y admirado la instó a empezar a pintar.
¿Y para que necesitamos agujas?, estamos construyendo un ovni no un jersey.
Son para las patas. – Contestó su hermano. – luego las pintaremos de plata, y esta bola de cristal que he encontrado en el suelo nos sirve como cabina...
El chico se conformó con la explicación.
Primero cortó uno de los platos con la sierra de calar, haciendo una abertura circular del tamaño de la improvisada cúpula en su centro, Berta cortó el estaño con unas tijeras adecuadas y fue recubriendo los dos platos que adosados formarían el platillo, luego con unos clavos muy pequeñitos realizó el blindaje.
Julio colocó la pila en el interior del plato inferior, sujetándola con cinta de carrocero, metió cada bombillita por los agujeros previamente realizados en el plato superior y los conectó con cables de forma que un interruptor colocado en la parte de fuera del plato inferior y conectado a la pila los hiciera encender.
Enrique serró las agujas de madera y las pintó de plata, luego las introdujo por los orificios previstos para las patitas de la nave, la cúpula ya estaba en su sitio.
- ¡Es preciosa!. – Exclamaron todos admirando la nave realizada.
- ¡Voy a por mi polaroid!. – Dijo Berta entusiasmada.
- ¿para que?. – Preguntó Julio.
- Para decirle a nuestros padres que los alienígenas han venido por aquí.
- Es muy pequeña, como no la hagamos volar...
- La caña de pescar... – Interrumpió Enrique.  – Solo tenemos que colgar la nave de la caña de pescar, yo me subo al tejado...
Julio colocó las hembrillas, tres, situadas estratégicamente en el platillo, luego ató un cordoncillo a cada una de ellas, Berta entró en casa a buscar su polaroid.
Enrique, que ya estaba sentado en el tejado al que se había subido por la barandilla de separación de la vecina descolgó el sedal y su hermano colocó los cordoncillos de la nave en él.
Enrique dio vueltas al carrete y el hilo de la caña empezó a subir con el ovni colgando, Berta salía  en ese momento y...
- ¡Clic! – una maravillosa instantánea apareció en pocos momentos.
Doña Marisa abrió la cristalera de la terraza donde encontró a su hija y sobrino con caras de culpabilidad.
Mientras tanto, Enrique, todavía en el tejado le dio vueltas al carrete de la caña para que el ovni subiera y luego agachó la caña, poniendo el ovni a la altura de la ventana de la vecina.
- ¿Pero que hacéis aquí? ¿es que no me habéis oído?, pasad dentro, que aquí hace frío, ¿dónde está Enrique?
- No sabemos, estará en el baño.
- Y ¿qué haces con la cámara fotográfica en la mano? ¡Señor! ¡que cría! – dijo empujando a ambos al salón.
- ¡UUUAAAYYY..., SOCORRO... , UN OVNI...! – Gritó la vecina al pasar por delante de la cristalera de su casa.
Enrique dio vueltas al carrete para que el aparato ascendiera, pero este se había enganchado con la hiedra que crecía alrededor del cañizo que separaba ambas viviendas.
A la mujer, que era muy vieja y vivía sola, no se le ocurrió otra cosa  que llamar a sus vecinos.
Don Ernesto se dirigió a la puerta al oír un fuerte timbrazo.
- ¡Don Ernesto, hay extraterrestres en la azotea!.
- ¿Qué?
- Si, ¡MARCIANOS!
- ¿Cómo?
- LOS DE ARRIBA. – Señaló la vecina al techo.
- ¿Qué dice señora? ¡tranquilícese quiere!. – Intentó calmarla el padre de Berta ante las atónitas miradas de toda la familia.
Unos golpes sonaron en el tejado, encima de sus cabezas.
- ¿Los oye?. ¡SON ELLOS! ¡NOS VAN A INVADIR!
Marta empezó a llorar, mientras Jorge salía por la puerta de la terraza, sin que nadie reparara en él.
- Pero señora, por favor...- Continuó el hombre.
- ¡HAGA ALGO...! ¡HAGA ALGO...!
- Pero, yo que voy a hacer..., señora?
- No sé, ¿PERO NO ES  USTED LICENCIADO?
- Y ¿qué tiene que ver la licenciatura con los marcianos?. – Preguntó Don Ernesto a punto de volverse loco.
- ¡PUES QUE ESTÁ USTED PREPARADO!
- ¿PARA QUE?
- ¡PARA LUCHAR CON ELLOS!
- ¡Señora, por Dios! ¡yo soy licenciado en económicas! ¡sólo lucho con la inflación!
- ¿PERO ES QUE NO HA IDO A LA UNIVERSIDAD?
- ¿PERO USTED CREE QUE LA COMPLUTENSE ES EL PENTÁGONO?. – Chilló el padre de Berta enfadado.
Mientras, fuera, en la azotea.
- ¿Qué haces?. – Preguntó Jorge a su hermano.
- Nada, metete en la casa. – Contestó Enrique intentando desenredar el hilo del sedal de las ramas de hiedra de la barandilla que separaba la casa de Berta de la de la vecina, una teja cayó al suelo.
En el salón...
- ¿Han oído? ¿Van a HACER ALGO?. – Siguió la vecina.
- ¡SEÑORA, TOMESE UNA TILA, YO NO HE OIDO NADA!. – Contestó Don Ernesto al límite de sus nervios.
El tío Andrés intervino. – Bueno..., yo creo que deberíamos irnos a casa..., ya es tarde. – Parecía asustado, él si había oído la teja al caer.
- No señor, no os vais sin cenar. – Respondió tajante Doña Marisa, disfrutando enormemente ante el susto de su cuñado.
Marta seguía berreando como una energúmena.
-¡Marta! ¡cállate!. – la regañó su madre.
- ¡TENGO MIEDO! ¡BUAAA...!
En la azotea...
- ¿Qué es eso?. – Preguntó Jorge señalando el juguete que seguía encendido.
- Un ovni que hemos hecho. – Contestó Enrique desenganchándolo del sedal, toma, bájalo y escóndelo en el cuarto de Berta.
Yo voy ahora, en cuanto desenganche el sedal y deje la caña en su sitio.
Jorge cogió el juguete y se lo escondió tras la espalda, entró en el salón y sin que nadie le viera accedió al recibidor donde lo dejo en la consola, tras lo cual volvió muy modosito a donde estaban los demás.
Entró en el cuarto de Berta y buscó en su mesa de estudio un folio, con un rotulador de punta gorda rosa fucsia, escribió. ¡ERES TONTA, TERRÍCOLA!. Luego cogió el celofán y volvió a cruzar el salón para pegar el folio en el espejo que había encima de la consola.
Dio unos pasos atrás mientras miraba satisfecho. Bajo el cartel relucía el improvisado platillo volante.
Más tejas volvieron a caer y sonaron dentro del salón, Enrique había conseguido desasir
el sedal y bajaba en esos momentos al suelo, todo hay que decirlo, haciendo un terrible ruido.
Los presentes miraron al techo, la lámpara de cristalitos de roca destellaba como nunca, algo la había movido desde arriba.
Sofía se ocultaba la cara con un cojín mientras derrumbada sobre el sofá murmuraba.
- Se acabó..., se acabó...
Marta lloraba sin parar y los adultos se miraban sin saber que hacer.
- Vamos fuera. – Ordenó Don Ernesto a su hermano.
- ¿Tú crees que es prudente?
- ¡ANDRÉS!
- ¡BUENO HOMBRE, NO GRITES!.
En ese momento entraba Enrique por la puerta.
- Pero... ¿de donde sales?. – Inquirió Don Ernesto.
- De la caseta... ¿por qué?
- ¿Has visto algo?
- ¿Algo de que?
Muy avergonzado, Don Ernesto preguntó. – Algo fuera de lo normal.
- ¡NOOO!, solo herramientas.
Su padre interrumpió.  - ¿y extraterrestres?
- ¿Qué?. – Se hizo el sueco Enrique.
Berta se distrajo y de su bolsillo cayó al suelo una tarjeta.
La vecina la cogió amablemente, ya más tranquila, al verse arropada por tan gran familia.
- ¡UUAAAYYY...! ¡SON ELLOS, LOS QUE YO HE VISTO, LA NIÑA LOS HA FOTOGRAFIADO!
Don Ernesto cogió la foto, y tras mirarla con cierta lividez en el rostro, preguntó. - ¿De donde la has sacado?
Julio defendió a su prima. – La ha sacado en la azotea.
- ¡SEÑOR, SON ELLOS, LOS QUE YO VI, ERAN CIENTOS Y VIENEN A ABDUCIRNOS, COMO EN LAS PELÍCULAS AMERICANAS! ¡EL FBI!, ¡EL FBI..., LLAME AL FBI!. – Gritó la anciana agarrando a Don Ernesto por las solapas.
- Pero ¡SEÑORA! ¡QUE NO ESTÁ USTED SACUDIENDO UNA ALFOMBRA!, ¡QUE MANIA HA COGIDO USTED CONMIGO!
La mujer se desmayó.
- Las sales, Berta, ¡las sales!
- ¡Yo las traigo!. – Gritó Jorge.
- ¿Tú?. – Inquirió la madre de Berta con desconfianza, pero tuvo que callarse pues su cuñada la miraba muy mal, al fin y al cabo... era su retoño. – Está bien, están en el armarito del cuarto de baño.
Julio, Berta y Enrique se miraban entre ellos asustados ante la que habían  organizado.
Jorge volvió a desaparecer... Esta vez, se dirigió a la habitación de los anfitriones, marcó uno de los dos números de la casa, concretamente, el del teléfono del recibidor donde se hallaba la consola. Antes de todo se había encargado de cambiar las sales en el cuarto de baño por una bolsa de polvos pica pica que llevaba en el bolsillo.
¡Ring...ring...ring...!. – Sonó el teléfono.
- ¡Voy yo!. – Aulló Jorge corriendo al recibidor, al cabo de unos segundos apareció en el salón. – Es para usted señora, preguntan por la vecina.
La mujer corrió hacia el recibidor, en el espejo de la consola un letrero pregonaba. - ¡ERES TONTA TERRÍCOLA!. – Debajo, descansaba el ovni todavía encendido, que los chavales habían construido.
La mujer volvió al salón donde la esperaban todos.
- ¡Me..., me..., me voy a desmayar!
- ¡Las sales!, Jorge, ¡las sales!.
- Aquí están. – Dijo el niño tendiendo el frasco de pica pica.
La anciana aspiró y... ¡AAAACCHHUUUUSSS...! – Poniendo los ojos bizcos, estornudó con tal fuerza que salpicó cual surtidor a toda la familia, cayendo encima de Sofía, que en el sofá clamaba.
- ¡UUAAYYY...! ¡ya están aquí...! ¡nos matan... NOS MATAN!.  – Sin querer ver nada de lo que pasaba alrededor y protegiéndose los ojos con un cojín.
Lo demás no merece ser contado, todos los presentes se pasaron una semana rascándose con primor perruno, en cuanto a la vecina, han de pasar unos meses hasta que se olviden las afrentas sufridas.
Por cierto, el OVNI ha servido para que pongan un diez a Berta en Pretegnología...






CONTINUARA…

domingo, 27 de diciembre de 2015

LA SEÑORA FINA


Cap. VI
LA SEÑORA FINA

Berta bajaba corriendo las escaleras de su casa, se dirigía al cuarto piso, donde vivía la señora Fina.
- ¡PLOFFF!. – Sonó un terrible estruendo en el rellano del cuarto piso, justo enfrente de la vivienda de la citada señora.
Una viejecita salió corriendo a la escalera.
- ¡Berta!, ¡Berta!, ¿t´as hecho daño?
- No..., creo que no... – Contestó la niña no demasiado segura.
- Pero... ¡cómo t´as caído así por la escalera? ¿acaso t´espera el novio?. Anda, entra en casa. – Dijo la anciana señora metiendo a la niña en el cuarto de estar de su vivienda.
- ¡Oh, no!, ¡si no tengo!, es que esta noche tuve un sueño, soñé que una bruja me perseguía por la escalera, yo corría de tramo en tramo, pegaba unos saltos enormes, y a veces conseguía saltar los peldaños de seis en seis, incluso de nueve en nueve...
En fin..., quise probar si me salía despierta, y cuando iba a saltar los seis escalones, me pegué el trompazo.
La niña calló de repente, mientras observaba atenta el algodón que la viejecita empapaba en agua oxigenada.
- ¡No me ira a poner…!, ¡ESO!.
- ¡Claro que sí! que t´as hecho sangre, y hay que curarte.
- Pero...¡me va a escocer!
- Anda..., anda..., que exagerá..., ¡pos ni que fuera sarna!.
De cualquier modo, haciendo gala de unos pulmones excelentes, Berta comenzó a chillar como una energúmena.
- ¡UUUAAAYYY...!
- ¡Schsssss, calla..., pos si entoavía no t´e tocaó...!
- Y..., pues por eso grito, para que cuando lo haga no crea que chillo de dolor.
La señora Fina meneó la cabeza desconcertada, al fin la niña pareció quedarse quieta, y limpió con el algodón la herida que Berta lucía en su rodilla.
- ¿Por qué no me hecha mercromina?
- ¿Pa que la quieres?, si ya´stas compuesta, no vas a morir por una heridita de ná...
Ya..., pero es que con mercromina queda mejor, sobretodo si es roja. ¿De que sirve herirse si nadie se entera?, con mercromina roja una queda como en las pelis de guerra.
- Ya vamos... lisiá..., ¿no? ¡Señor!, que cosas hay que oír, en mis tiempos las cosas no eran así...
- ¿Cómo eran?. – Preguntó Berta.
Y la anciana comenzó a relatar...
La señora Fina tenía noventa años, era una mujercita pequeña y enjuta, pertenecía a esa generación de madrileños del pasodoble y el chotís.
En sus tiempos de moza, había sido corsetera en un taller de la Plaza de la Paja, y era famosa en el casco viejo, por su gracejo y simpatía, solo tenía un defecto, era muy, pero que muy fea.
La señora Fina vivía en el tercero, y Berta algunas veces iba a su casa para hablar con ella, o simplemente para jugar con los miles de retazos de tela  y paja que tenía en casa, con los que la anciana la enseñaba a coser, (aunque la niña era negada para la costura pues no tenía paciencia) y hacer cestitas y sombreritos para las muñecas (ocupación que aprendió después de la guerra civil).
En muchas ocasiones, rememorando su juventud le contaba divertidas historias, como esta que pasamos a transcribir.
...Eran los años veinte, la señora Fina paseaba con su mantón y su pañoleta a la cabeza, muy compuesta por la Plaza de la Paja, a la puerta de un taller un hombre la gritó.
- ¡Eso es una mujer fee...!
- ¡Habrase visto...! ¡sinvergüenza!. – Se volvió la joven corsetera indignada.
- ¡...feeeliz...! que no m´a dejaó usté, ...acabar...
- ¡Ah bueno...! creí que tendría que responderle a usté que es el hombre que más malll...
- ...  ¿Más mal...ajé... que ha encontrao?, ¿por un casual?
- ¡Que más m´alagaó...!. – Y con una sonora carcajada, la muchacha siguió su camino muy contenta.
El caso es que la joven Fina siguió pasando por aquel taller todos los días, y tras varios años de pelar la pava (como se decía antes) ocurrió lo inevitable.
El dueño del taller y la corsetera se casaron y se establecieron en el tercer piso de la casa donde hoy vive Berta.
En aquellos tiempos, la gente no era como hoy, era mucho más abierta y dicharachera, y también mucho más supersticiosa, o si se prefiere más creyente.
Es el caso, que en el segundo piso vivía una anciana que se llamaba Doña Justa.
Doña Justa era una mujer baja y delgada, que siempre vestía de negro, cubierta por completo por un mantón y una pañoleta a la cabeza de este color, lo que hacía que la imaginación del vecindario se disparara, pues además era conocida de todos su afición por el ocultismo, que la llevaba a organizar sesiones de espiritismo todos los miércoles a la caída de la tarde.
Hay que aclarar que esta práctica estaba muy en boga, desde que dos hermanas inglesas (las hermanas Fox) la descubrieron a mediados del siglo XIX. Se comunicaban con el más allá a través de golpes en las paredes.
Y cambiando de tema, para entender lo que se va a relatar, hay que tener en cuenta que las puertas de los diferentes pisos de las casas, permanecían abiertas hasta el anochecer. (Eran otros tiempos) Sólo la portera, estaba encargada de vigilar si algún extraño entraba o salía del edificio, por lo que si se producía algún robo, la principal sospechosa sería ella.
La señora Fina, hablaba mucho con todos los vecinos de la casa, y entre sus virtudes era patente la de conocer bien a aquellos con los que trataba.
Un día..., la joven Fina se dirigió al chiscón de la portería.
- Oiga, señá Brígida... ¿no habrá visto usté por un casual... un acerico que se ma perdío...?
- No..., yo no visto ná... ¿por qué me pregunta a mí?, ¿acaso no estoy aquí metía to´l día.
- No... si ya, pero como su marío dijo ayer que sólo un listo se hace rico..., pos oiga..., que a lo mejor el acerrico, se lo ha llevaó  un listo...
- ¿Está usté llamando ladrón a mi marío?. – Gritó furiosa la señá Brigida.
- ¡Oh no...!, si sólo pregunto que ¿si ha encontraó usté mi acerico? ¡que se ma..., perdío...!
Por fortuna, el matrimonio del principal, gente de mucho dinero y educación, (y propietarios de la finca en cuestión por aquellos días) bajaba en ese momento  se evitó una tragedia.
La señora Fina subió a su casa, sita en el tercer piso, rezongando. - ¡Esto no va a quedar así! ¡no señor! ¡pos estaríamos aviaos!.
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Una semana más tarde de estos acontecimientos, la noticia era Doña Justa, había fallecido y nadie lo sintió demasiado, pues todos la tenían un poco de miedo y hasta la llamaban “bruja”.
Por si acaso, todos los vecinos de la casa asistieron al funeral, todos menos la portera, claro está.
La señora Brígida, hacia calceta, siempre atenta a aquellos que entraban y salían, mientras pensaba en la difunta y en las macabras bromas que solía gastar refiriéndose a su propia muerte.
- Ya volveré por aquí, no se preocupe, y descubriré quien me ha cogido mis agujas de hacer calceta.
La portera sintió como un escalofrío recorría su espalda, dejó su calceta en la cesta de la costura, y se dispuso a bordar un paño para la mesa de su saloncito. Fue a coger la aguja, estaba en el acerico de Doña Fina, la mujer se detuvo pensativa observándolo fijamente.
Las palabras de Doña Justa resonaban en sus oídos.
- Ya volveré para descubrir quien me ha cogido las agujas de hacer calceta...
Se santiguó y rezó un padrenuestro, intentando olvidarse de sus pequeñas obras de artesanía doméstica.
De modo que, cruzada de brazos, espero la llegada de la vecindad, que en aquellos momentos, escuchaba atentamente la misa por la excéntrica señora del segundo.
- ¡POOOM...! ¡POOM...! ¡POOM...!. – Sonaron tres golpes secos en la pared, justo detrás de ella. - ¿Qué ha sido eso?. – Pensó la señora Brígida comenzando a inquietarse.
Se oyó abrir la puerta de cristal del portal.
- ¡Hola, buenas tardes!. – Saludó la señora  del principal, si, esa a la que había hurtado unos guantes de fino raso.
- ¡Hola..., hola!.  Buenas tardes tenga usté señora.  – Contestó intentando parecer serena. - ¿Qué tal el funeral?
- ¡Oh! Ha estado muy bien..., el párroco ha hablado muy acertadamente al decir que aunque Doña Justa ya no este con nosotros físicamente, lo está su espíritu.
- Si, ha estaó mu acertaó... – Respondió la portera con un  hilito de voz. Se quedó escuchando meditabunda, como gradualmente se atenuaban los pasos de la señora del principal mientras subía la escalera..., por fin..., una puerta se abrió y se oyó cerrarse después.
- ¡POOMMM…! ¡POOM…! ¡POOM...!. – La señora Brígida comenzó a temblar, los golpes sonaban en la habitación de la caldera, y la llave estaba en su bolsillo, ¡no podía haber nadie en ella!
La puerta de la calle volvió a abrirse.
 - Buenas tardes,  Señor Elizalde.
- ¡Hola! – Saludó amable, un señor de edad avanzada.
La portera cogió un rosario, iba a comenzar a rezar, pero... ¿aquel no era el de la esposa del caballero que acababa de entrar?. Lo cogió de la mesilla de la pobre mujer, aprovechando aquella enfermedad que la retuvo en cama tanto tiempo.
- ¡POOM...! ¡POOMM...! ¡POOMMM...!
La mujer abrazada a un almohadón miró por la ventanilla de la portería para ver quien venía en  esta ocasión, pero no aparecía nadie.
Muerta de miedo, se escondió detrás de la cortinilla de la ventana, no pasaba nada..., volvió a descorrer el visillo.
- Bah..., son imaginaciones mías, los fantasmas no existen.
De repente, un trote como de cien caballos, se oyó bajar por la escalera haciendo temblar todo el chiscón.
Debe de ser la niña del quinto, que baja corriendo a jugar como todos los días.
Se asomó a la ventanilla para saludarla y...
- ¡UUUAAAYYYY...!
La puerta de la portería se abrió precipitadamente, y una mujer de sesenta años salió corriendo con la agilidad de una chavala de quince..., y no paró hasta llegar a la parroquia, donde con grandes aspavientos, comenzó a describir (con todo detalle) sus robos al párroco que la escuchaba atento en la sacristía.
- Pero... ¡mujer!, - intentaba calmarla el ministro de la Iglesia.
- Padre, Doña Justa ha vuelto a por mí, y he robaó unos guantes de raso, y un acerico, y un rosario, y las agujas de hacer calceta de la finada y ...tome... dos reales que le tomé prestaos cuando vino a dar la extremaunción a la difunta...
El sacerdote la miraba atónito.
- ... Por cierto padre, no vea si corría...
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Una niña de doce años se dirige por el Viaducto a su colegio, allí una monja la recibe con entusiasmo.
- ¡Oh! ¡pero que bien estás! Pareces enteramente una viejecita..., ¿cómo se te ha ocurrido la idea de teñirte el pelo con polvos de talco y taparlo con una pañoleta negra?, ¿y de donde has sacado ese mantón negro tan precioso?
- Me lo regaló una señora muy simpática que vivía en mi casa y que acaba de fallecer.
- ¡Oh!, ¡es maravilloso!, de veras, vas a estar fantástica en la obra de esta noche, pareces enteramente un personaje de “Arniches”.
La obra representada era un sainete en dos cuadros de Don Antonio Ramos Martín, titulada, “El sexo débil”.
La obra podría resumirse así, dos matrimonios, uno joven y otro anciano, (en los que la anciana domina al marido y el joven a su esposa) sufren un cambio de roles por avatares imprevistos.
La obra recibió grandes ovaciones y la niña tuvo un gran éxito.
Cuando la chiquilla que representaba el papel de la anciana llegó a su casa, (bien entrada la noche) se encontró en el portal con los porteros, que discutían acaloradamente con un cura.
Tan enfrascados estaban todos, que la niña cruzó el portal pasando inadvertida y con curiosidad lógica de la edad, se quedó parada en los buzones para escuchar.
- Pero a ver..., que yo me entere..., ¿quién daba los golpes?. – Preguntó el sacerdote.
- Pos yo..., ¿quién si no?. – Decía el portero.
- ¿Tú?. – Gritó la señora Brígida. – espera que lleguemos a casa, ¡que voy a hacer contigo un cocido!.
- ¡Calma..., calma...! – Intentaba aclararse el cura. - Y... ¿por qué daba usted los golpes?
- Pos... ¿pa que va ser...?, pa que funcione la caldera, que s´han  quejaó los señoritos del principal...
- ¡Lo mato, Señor...! ¡LO MATO...!. – Chilló la portera echándole las manos al cuello.
Afortunadamente apareció la señora Fina alertada por los gritos, y con ella toda la comunidad de vecinos, la señora Brígida calló de inmediato.
- ¿Decías algo..., parienta?. – Preguntó el portero a su mujer.
- No, na..., na...
- ¡Ah...! parecióme... ¡andando jaca! ¡al redil!.
El matrimonio desapareció por la escalera interior y el sacerdote volvió a su parroquia, mientras los indignados vecinos subían a los diferentes pisos, capitaneados por la señora Fina.
En cuanto a los objetos robados, fueron devueltos a sus propietarios de una forma un tanto singular, el párroco los fue repartiendo por los pisos con los mejores saludos del más allá.
¿Y que ocurrió con la señora Brígida?
Duró pocas semanas más en la casa, pero las cosas habían cambiado para ella, pues su marido se puso por fin los pantalones, y la mujer dejo de robar, a riesgo de ser denunciada por él mismo,  a la guardia civil.
Lo más curioso es que la portera empezó a mirar  con otros ojos a su marido desde aquel momento.
Incluso le llamaba con gran orgullo. - ¡Mi hombre!.
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La señora Fina había acabado su historia, Berta que escuchaba embobada, preguntó.
- ¿Ya no hay más?
- ¿Te paice poco?, ¡ya es mu tarde! Ties que volver a casa a cenar, que si no luego..., me regañan tus padres a mí.
- Esta bien, me voy..., pero antes dígame..., ¿quién era aquella niña que corría por las escaleras disfrazada de anciana?
- ¡Oh!, ¡aquella niña...!, era tu abuela. – Respondió sonriendo.
- ¡La abuela!, ¿corría como un caballo desbocado por las escaleras?
- Si, corría que se las pelaba...

Anciana y niña se miraron estallando en carcajadas.

sábado, 26 de diciembre de 2015

BERTA ES ASI

Cap. XII
LA PLAZA MAYOR

Había llegado diciembre, en el aire se respiraba la Navidad, era una sensación difícilmente explicable con palabras, pero es que en Navidad, la calle siempre olía de manera especial.
Madrid estaba muy frío y por otra parte llovía a intervalos, por lo que Berta, Mónica y Susana caminaban por los soportales de la plaza Mayor para guarecerse de la triste metereología.
Hacía ya dos días que las habían dado las vacaciones en el colegio, y habían decidido quedar, para ver los artículos navideños que como cada año,  se vendían en ese típico emplazamiento de la capital., y... ¿por qué no decirlo?, su mayor interés era comprobar las nuevas bromas que habían aparecido en el mercado.
En resumidas cuentas, con las manos en los bolsillos y las narices rojas, paseaban de un lado a otro sin un duro, ¿la razón? Que en media hora que llevaban juntas habían sucumbido sus existencias monetarias, pues fueron invertidas en bocadillos de calamares, bengalas y tres hermosísimos gorros rojos ribeteados de peluche blanco con un pompón colgando.
Así, disfrazadas de Santa Claus, aspiraban el aroma de la lluvia fresca y de los abetos recién cortados, mientras observaban con envidia a aquellos niños que (cargados de artículos que ellas no podían adquirir) parecían mirarlas con aire de suficiencia.
- ¿Qué podríamos hacer para tener dinero?. – Preguntó Mónica observando una araña de broma, que un viandante de ocho años se empeñaba en hacer andar sobre la cabeza de su hermano pequeño.
- Trabajar. – Contesto Berta.
- Y ¿quién nos va a dar trabajo con doce años? ¡a ver! ¿quién?. Además nosotras necesitamos el dinero ¡YA!.  Dijo esto tan eufóricamente que no se dio cuenta que pisaba una botella (que yacía olvidada en el suelo), por lo que pego un tropezón que casi se mata.
Afortunadamente, había un bosquecillo de abetos bien mullidos sobre los que caer y que suavizaron el impacto.
- ¡Niña!, ¿pero que haces? ¡que me destrozar er sustento...!. – Empezó a gritar la gitana que los vendía.
- Lo siento, señora, no lo he hecho aposta, de verdad que no... – Se disculpó Mónica, mientras precipitadamente, ponía pies en polvorosa seguida de sus compañeras.
- ¡Uff...! ¡de la que nos hemos librado...!. – Empezó a decir Berta, pero se calló bien pronto al ver la expresión de su amiga.
Mónica permanecía callada mirando al infinito, Susana y Berta la observaban interrogantes.
- ¡Tengo una idea!. – Habló al fin. - ¿por qué no cogemos todas las botellas vacías que encontremos por el suelo?. Si nos dan dinero por los cascos, podremos comprarnos luego todo lo que queramos.
- Y... ¿cómo las cogemos?, ¿con la mano?. – Preguntó su hermana con ironía.
- No, acabo de ver unos sacos a la  entrada del mercado de San Miguel, sólo tenemos que coger uno prestado. Uno sólo nadie lo echará de menos, y además estamos en Navidad, ¿no?, ¿quién no quiere ayudar al prójimo en estas fechas?
Estoy segura de que si los dueños de los sacos supieran que necesitamos uno, nos prestarían hasta una docena de ellos...
- Bueno venga, deja de hablar..., que estamos hartas de oírte, ¡sólo hablas tú!. – Arremetió su hermana.
Y diciendo esto, las tres niñas se encaminaron al citado mercado, donde cogieron sin ningún disimulo uno de los muchos sacos, que se encontraban tirados en la acera.
Registraron cada centímetro cuadrado de la Plaza Mayor y alrededores, no hubo cubo de basura que no fuera inspeccionado, ni coche aparcado que pudiera librar de su destino a los cristalinos sujetos de su interés.
La gente las miraba con extrañeza, no era corriente ver a tres niñas bien vestidas transportando un enorme saco de botellas, por otra parte, los gorros rojos de Papa Noel, les conferían un aspecto muy acorde con las fechas.
Entraron en una bodega de la Cava de San Miguel, y allí vendieron el género, tras lo cual siguieron con su labor, trabajaron como negras durante una hora, al cabo de la cual (y tras reiteradas visitas a la tienda) los dueños de su improvisada fuente de ingresos, echaron el cierre, y con muy poca delicadeza las instaron a que no se molestaran en volver.
- Pero... ¡si lo hacemos de buena gana...!. – Se quejaron las tres.
- Ya..., ya..., pero es que no queda sitio en la tienda para más cascos vacios.
Ya fuera de la bodega...
- Bueno... Berta, ¿por qué no cuentas el dinero que hemos recaudado?
- Porque no lo tengo, lo tiene Susana.
Esta se lo estaba sacando del bolsillo, y empezó a contarlo. – Cien..., doscientas... – Siguió murmurando hasta llegar a la cifra de. - ¡QUINIENTAS TREINTA PESETAS!
- ¡GUAU...!. – Exclamaron a coro las otras dos.
- Y ahora ¿en que nos lo gastamos?. – Preguntó Susana.
- En lo que queramos, naturalmente, cada una se comprará en los puestos lo que prefiera, claro está, siempre que no sea muy caro..., y con el resto ya veremos lo que hacemos... ¿qué os parece?
- Por mi, bien. – Repuso Berta.
- Por mí también. – Añadió su hermana.
De forma que se encaminaron de nuevo hacía la plaza Mayor, había dejado de llover, y los puestos se hallaban encendidos con maravillosas luces de colores, que al reflejarse en las brillantes cintas de espumillón, le conferían un aspecto irreal y mágico.
- ¡Mirad!. – Exclamó Susana señalando una máscara. - ¿no es preciosa?. – Esta era de Drácula, una fea cara con dos largos dientes, de donde caían dos largos regueros de sangre pintada.
- ¡Yo me pido eso!
Berta meneaba la cabeza.
- ¿Cómo puedes ser tan morbosa?, hay miles de cosas más... ¡Oh!, ¡venid aquí!. – Sus amigas la rodearon.
Berta tenía entre las manos un sobrecito minúsculo, en el que unos botoncitos como de medio centímetro de diámetro y anaranjados, ofrecían la posibilidad a quien los comprara, de tener gusanos en casa, naturalmente falsos, tan sólo debían mojarse y aparecerían.
- ¿No es magnifico?. ¡una broma genial para mi hermana!.
La señora del puesto se ría viéndola tan emocionada, le explicó el procedimiento que debía seguir para que la broma funcionara y terminó muy sonriente y satisfecha.
- ¿Sabes hija?, mi suegra todavía no se ha repuesto de la impresión.
Berta compró los gusanos.
- Ya solo quedas tú. – Habló Susana a su hermana. - ¿qué vas a comprarte?
- No sé... – me gustaría comprar alguna broma también...  pero ¿cuál?, ya, casi todas las conocemos.
- Y... ¿a quien le vas a gastar la broma?
- Pues... ¿a papá?
- ¡BRUTAL!. Yo te ayudo a buscarla.
- ¿Qué  te gustaría encontrar?. – Inquirió Berta.
- Pues..., por ejemplo..., ¡algo para que deje de fumar!.
- ¡Aquí está!, ¡mira!, estas cerillas para fumadores explotan cuando las enciendes, ¿qué te parecen?
- Puede salir bien, si...-  Su hermana y ella se miraron y empezaron a reír por anticipado.
- Nos quedan todavía doscientas y pico pesetas, ¿en qué nos las gastamos?. – Interrumpió Berta a sus amigas.
- ¡En sidra!. – Propuso Susana.
- ¿En sidra?, pero... ¡eso se sube mucho!, y además, ¿quién nos la va a querer vender?
- Eso no es problema, sólo queremos una botella, podemos decir que es para nuestro padre, claro..., si nos preguntan.
- Si, no es mala idea, vamos a intentarlo... – Y poniéndose en marcha, Mónica se encaminó al mercado de San Miguel (que a aquellas horas estaba casi vacío), seguida de sus compañeras.
- Una botella de sidra, por favor. – Pidió muy cortés al dependiente de la tienda de ultramarinos.
- ¿No será para los renos, verdad?. – Interrogó el tendero divertido y desconfiado, al observar los gorros que las amigas llevaban en la cabeza.
- ¡Oh no!, ¡que va!, es para Santa Claus..., que como  viaja al raso tiene frío y quiere entrar en calor.
- ¡JA...JA... JA...! – Rió el hombre de buena gana y dejando de lado sus sospechas, pues eran unas inocentes niñas.
Mónica pagó y salieron del mercado con su precioso tesoro bajo el brazo.
- Y ahora... ¿dónde nos la bebemos?. – Empezó a decir Berta.
- Pues no sé..., vamos a andar un poco a ver a donde llegamos.
Llegaron a una plaza rectangular, la rodearon y se sentaron en el escalón de la puerta de una iglesia cerrada.
Allí podrían resguardarse de la lluvia si estallaba una tormenta
No había ni un alma en la calle, era esta una zona muy poco transitada, decidieron esperar un rato y si no aparecía nadie se beberían la botella tranquilamente.
Dos chicos de su edad asomaron por una esquina, las vieron y se acercaron hasta ellas.
- ¡Hola! ¿tenéis fuego?.
- ¿De que vamos a tener fu...?. – Preguntó Mónica, pero de repente se acordó..., miró a sus compañeras, estas asentían.
- ¡Oh, sí!, espera..., que no me acordaba ya de que he comprado una caja de cerillas.
La niña metió la mano en el bolsillo de su anorak y sacó una reluciente caja de fósforos de cocina.
- Toma, enciéndete el cigarrillo tú mismo.
El chico cogió la cajita, y tomando una cerilla se dispuso a encender el cigarrillo de su compañero.
- ¡BOOOMMM:..!
Los dos chiquillos se quedaron lívidos, tras unos momentos de corta vacilación, intercambiaron una mirada en la que se leía el ridículo.
Ellos que querían hacerse los hombrecitos, habían reaccionado como bebés, con la mayor dignidad posible, terminaron de encender sus cigarrillos y dando la espalda a nuestras amigas, se marcharon de allí.
Mónica gritó. - ¡Sois muy jóvenes para fumar...!, ¡os dan miedo las cerillas!.
Por su parte, Susana se colocó su máscara de Drácula y planeando con los brazos abiertos hecho a correr tras ellos ululando.
- ¡Soy Dráculaaa...!
Las tres niñas estallaron en carcajadas.
En ese momento dos monjitas salieron por una puerta adyacente a la de la iglesia que ocupaban las niñas, las religiosas iban cargadas con bolsas de basura que se disponían a depositar en los contenedores de la calle.
- Hola majucas. –Saludó una de ellas muy sonriente.
- Hola. – Contestaron a coro, conteniendo sus risas.
- Mire, ve usted Sor Teresa, no toda la juventud es como la pintan, todavía quedan jóvenes que saben divertirse sin beber alcohol... ni hacer gamberradas.
Las chiquillas se miraron entre sí, sintiéndose de repente muy culpables.
Berta, muy sonriente, escondía tras de sí la botella de sidra, que en esos momentos, quisiera no haber visto en su vida.
Las monjitas dejaron sus bolsas en los contenedores, y al pasar otra vez frente a ellas, la que había hablado  antes volvió a dirigirse a Berta.
- Tu tienes una cara muy simpática, y eres la que más te ríes, no cambies nunca, no seas como esos vagos que solo beben por la calle y ni siquiera se distraen, sigue estando alegre, que estamos en Navidad, y el Señor ha nacido para todos nosotros.
Berta tragó saliva.
- Si Sor...
Las monjas desaparecieron por la misma puerta por la que habían salido.
- Pero... ¿por qué hemos tenido que ir a dar con un convento?. – Empezó Mónica.
- No sé... – Respondió Berta. – Pero yo ya no quiero sidra, que las monjas están casadas con Dios y se pueden chivar...
- ¡No digas tonterías!
- Bueno..., esta bien..., pero esto es una señal del cielo, si queréis podéis beberos la botella entera, yo no la quiero.
Las dos hermanas se miraron y agacharon la vista avergonzadas.
- Yo creo..., que podemos esperar a ser mayores para beber sidra por la calle. – Dijo Mónica.
- Sí, es verdad..., total, sólo tenemos once años, bueno..., vosotras doce, pero teniendo en cuenta que las mujeres vivimos una media de setenta y cinco años, nos quedan por lo menos casi sesenta para beber a gusto una botella de sidra entre las tres, si empezamos a los dieciocho, claro está.
Aunque un poco confusa, la explicación convenció del todo a las niñas, que se propusieron hacer desaparecer la botella de la forma más inteligente posible.
- Y ¿qué hacemos con la botella?. – Preguntó Mónica. - ¿Te la llevas tú, Berta, o no la llevamos nosotras?.
- Yo ya tengo sidra en casa.
- ¡Anda, que gracia!, nosotras también..., pero es una pena que se desperdicie.
Un mendigo se acercaba por la calle, era alto y muy delgado, llevaba una encrespada barba negra y caminaba encorvado, se paró en el contenedor y lo abrió, para ver si había algo que le pudiera servir de alguna manera.
Las niñas le miraron con pena, luego asintieron entre sí, y se acercaron al pobre vagabundo.
Mónica habló. – Hola.
El hombre pareció sorprendido, era un hombre de treinta años y guapísimo, pero ¿cómo habría acabado tan mal?
- Mis amigas y yo nos preguntábamos si a usted no le importaría beber esta botella de sidra por nosotras, esta nueva, la habíamos comprado para nosotras, pero nuestro Padre ha avisado a nuestras madres, y a ahora ya no tenemos sed, así que no sabemos que hacer con ella, ¡y está entera!, y como usted, seguro que no podrá celebrar la Navidad, pues eso..., que si la quiere, nosotras se la damos... y ¡GRATIS!.
El mendigo sonrió bajo su barba negra y sólo dijo con voz débil. – Gracias...
Tras lo cual cerró el contenedor de la basura.
Las chiquillas emprendieron el camino de regreso a casa, iban calladas y pensativas.
- Sabéis..., me siento bien, ha sido un día muy aprovechado, hemos trabajado y... – Empezó a decir Susana, pero de repente se calló.
- ¿Por qué tiene que haber gente que lo pasa mal en Navidad?. – Interrumpió Berta poniendo palabras a los pensamientos de sus amigas.
- Pues no sé. – Contestó Mónica. – Por falta de comida no será, porque anda que no se tiran toneladas en las fábricas todos los días, pero ¿quién sabe?, a lo mejor si la regalaran a los pobres, los ricos se enfadarían, y ya nadie compraría, y las empresas se arruinarían...
- Sí, puede que sea eso... – Recapacitó Berta pesarosa.
- Bueno..., nosotras nos vamos, ¡feliz Navidad!, Berta. – Se despidieron las dos hermanas.
- ¡Adiós y feliz Navidad!.
Al llegar al portal de su casa, Berta se encontró con Sofía, esta sonreía muy feliz.
- ¡Berta! ¡mi niña!
- ¡Se ha vuelto loca!. – Pensó la aludida.
- ¿Queee...talll...estááásss...?. – Seguía la otra arrastrando las silabas.
- Yo bien, ¿por qué?, ¿qué te pasa?
- ¿A mí?, Ji...ji...ji..., nada....jua...jua...jua... ¡hip! ¡hip! ¡hip...! ¡huuyyy... que hipo más tooontooo...!
- ¿Estás borracha?. – Pregunto Berta admirada.
- Oh..., nooo, es que me alegro muuucho de ver a mi hermanitaaaa.
Hizo un gesto como de abrazarse a ella, pero calculó mal las distancias y sin saber como, se encontró en el suelo.
Berta tuvo que ayudarla a subir los cinco pisos de la escalera, pues el ascensor se hallaba estropeado.
Tras enormes esfuerzos, en los que Sofía se puso a tararear la “Sinfonía Patética” con verdadero frenesí, abrieron la puerta de su domicilio.
Marta salió corriendo a recibir a sus hermanas, Berta sostenía a Sofía, que en aquellos momentos descubría que la ley de la gravedad estaba equivocada.
- Berta, este recibidor se mueve para los lados, es que hay un teeerrrreeemoooto, no se lo digas a nadie... ji...ji...ji... ¡que mareo!
Ya entraban en su cuarto, Berta no podía más y...
¡POOF!
- ¿Qué hacéis niñas?, ¡dejad de jugar!. – Se oyó la voz de su madre desde la cocina.
- ¡Mamá! ¡si no jugamos!, es que Sofía está bailando y es muy divertido, ¡venga, hazlo otra vez!
- ¡Schsss..., calla Marta!. – Ordenó Berta intransigente.
- ¿Qué me darás a cambio?. – Preguntó la párvula haciendo gala de un gran instinto mercantil.
- Ya hablaremos...
Sofía yacía en la alfombra, no sabía que le pasaba, todo le daba vueltas, el cuarto parecía haberse vuelto loco, solo el suelo parecía estar quieto, por lo que se aferraba a él, con los brazos abiertos.
- ¡Beeertaaa... ayuuudaameee a levantarme...!. – Instó con voz sepulcral.
La niña le cogió de las piernas y las alzó sobre el edredón de su cama.
- ¡Bien!. Ya está arriba la mitad. – Clamaba la pequeña.
Berta repitió la operación con los brazos de su hermana.
- Y ¡ahora la otra mitad!. – Exclamó. - Y por último el tronco.
- ¡Ya está entera!. – Aplaudía Marta.
- Uff...- Resopló Berta por el esfuerzo. – ¿Es que no te da vergüenza estar así?
- Ha sido la sidra..., estaba tan ricaaa.
- Acaso... ¿no sabes que te quedan SESENTA AÑOS PARA BEBER SIDRA?
Pero Sofía ya no la oía, dormía el sueño de los benditos, mientras una vocecita impertinente insistía.
- ¿Qué me vas a dar?, ¿qué me vas a dar?.
..............................................................................................................................................Un hombre camina por la calle Mayor, la noche es clara y estrellada, se dirige hacía el Palacio de Oriente, lleva un paquete bajo el brazo.
En la entrada de la Plaza de la Armeria, donde está ubicada la catedral de La  Almudena, todavía sin acabar de ser construida, se detiene, ha encontrado un amigo.
Los dos hombres intercambian algunas palabras, el nuevo personaje gesticula con grandes aspavientos, que contrastan con los movimientos lentos y pausados del primer personaje.
Este, le entrega el paquete que lleva bajo el brazo, el amigo parece agradecido, abraza a su compañero y se despide precipitadamente, pues probablemente va a llegar tarde a casa.
El primer personaje entra en la citada plaza, la cual no tiene salidas, va caminando lento, lento..., se dirige al mirador que da al Oeste.
Han pasado unos cinco segundos escasos, el amigo vuelve sobre sus pasos para decirle algo, busca con la mirada, ¿dónde está?, camina en dirección al mirador, recorre la plaza, ¿cómo ha podido desaparecer de este modo? ¡y ante sus narices!.
Un mendigo lleva un paquete bajo el brazo, en él, dos latas de alubias, una barra de pan y una botella de sidra, va pensando con alegría en las caras que pondrán su mujer y su hija cuando vean la comida.
Pero... ¿qué explicaciones dará? ¿quién se la ha dado?
Recuerda unas palabras que el extraño y apuesto vagabundo ha mencionado.
- De parte de tres ángeles...

Cap. XIII
UN CUENTO DE NAVIDAD

- Berta, ¿no te acuerdas?, me debes un regalo... – Empezó Marta caprichosamente.
Berta se hizo la sueca, mientras tumbada en el sofá leía un tebeo.
- ¡Berta!, !que me debes un regalo...!
- Si Marta, otro día.
- ¡BERTAAAA!, ¡MI REGALOOO!
La niña dio un respingo, al tiempo que una cara enfadada asomaba por el umbral de la puerta del salón.
- ¿Qué gritos son estos?
- Nada mamá. – Repuso Berta. – Que le debo un regalo a Marta, y hasta que no se lo de no me va a dejar en paz.
- ¿Y de que le debes un regalo?
- ¡Oh! De nada, una apuesta...
La madre arrugó el entrecejo como si no entendiera.
Berta se inventó una magnifica historia.
- Verás mamá, es que el otro día, echaban un partido de baloncesto en la tele, pero el sonido se fue de repente y apostamos a que Marta no sería capaz de retransmitirlo jugando..., el caso es que si lo hizo, y muy bien... así que le debo un regalo, ¿entiendes?
La madre meneaba afirmativamente la cabeza. – NO.
- Bueno mamá, no importa, son cosas nuestras... – La niña se levantó de su asiento y se dirigió a su alcoba. Abrió el armario, dos vestidos cayeron encima de su cabeza, con percha y todo, empezó a registrar en el fondo del mueble; camisas, jerseys, una caja de zapatos y por fin...
- ¡Mi gorro de Santa Claus!.
La niña volvió al salón con las manos a la espalda.
- ¿Me traes mi regalo?. – Preguntó Marta.
- Sí, aunque no sé si te gustará, es lo único que tengo para darte, ¿qué mano quieres?
Las dos.
- Buen instinto comercial, si señora... – Declaró Berta sacando el gorro rojo y ofreciéndoselo a su hermana.
- ¡Que bonito!, ¡es igual que el de Papa Noel!
La párvula no tardó un segundo en ponérselo, y corriendo se fue a su cuarto para coger su zambomba. Al cabo de unos segundos un ruido espantoso lleno las habitaciones de toda la casa. La madre de las niñas permanecía pensativa mirando el gorro rojo que portaba su hija (seguía distraída las subidas y bajadas del pompón blanco en orden inverso al de los saltos que daba su pequeña).
- Niñas, sentaros en el sofá, que os voy a contar un cuento...
Sofía apareció en ese momento.
- Hola mamá, ¿qué hacéis aquí?
- Nos va a contar un cuento... – Aclaró Marta.
- ¡Ah bueno...!, entonces yo me voy.
- Como quieras hija, pero te interesaría oírlo. – La madre empezó su relato.
- ...Era una fría noche de invierno, había llegado el tiempo de la Navidad.
Un hombre caminaba por la calle con pasos lentos, la gélida estación había destrozado sus pies, y como era muy pobre, los zapatos tenían grandes agujeros por donde  se filtraba el agua de la lluvia que caía, y le calaba los calcetines.
Iba, como digo, caminando lentamente y encorvado sobre si mismo, con las manos en los bolsillos, y observando de vez en cuando las estrellas que aparecían por detrás del horizonte que marcan los tejados de las casas.
No tenía dinero y probablemente esa noche no cenaría, de tal modo que aprovechaba los cubos de basura que encontraba por el camino, buscando algo que pudiera servirle para ganar unas pocas monedas con las que comprar alimento.
El hombre estaba cansado, muy cansado..., había andado mucho y se dirigía hacía la Plaza Mayor.
Sabía por experiencia, que en este lugar abundaban los cascos de botellas viejas, y esperaba recoger los suficientes para conseguir cuatro perras, con las que llenar su estomago, aunque sólo fuera un bocadillo.
...Pero aquel día algo había ocurrido, algo terrible para él, ¡no quedaban botellas por el suelo!, ¿quizás los basureros habían adelantado su jornada laboral?
El pobre vagabundo, más encorvado todavía por la decepción de haber perdido toda posibilidad de alimentarse esa noche, se dirigió hacía una placita cercana.
Ocupaba esta, un lugar muy apartado y recoleto, donde la algarabía de los jóvenes y felices estudiantes, no le molestaría a la hora de echarse a dormir, si es que podía, claro...
Por lo menos, allí, tirado en un banco podría intentarlo, haciendo caso omiso de su estomago encogido por el hambre, hizo un último intento de buscar algo (lo que fuera), en un contenedor de basura que acababan de abrir unas monjitas.
¿Quién sabe?, ¡quizás! Dios se haya acordado de mí. – Se dijo.
Pero no, Dios no se había acordado de él, en el basurero no había absolutamente nada que pudiera llevarse a la boca.
En ese momento escuchó una voz que le saludaba.
- ¡Hola!.
El hombre, ya sin fuerzas, miró hacía la procedencia de aquella voz infantil. Tres niñas disfrazadas con gorros de Santa Claus, le tendían una botella de sidra, mientras le contaban una confusa historia.
Algo así, como que su padre le había dicho a sus madres que le dieran aquella botella, porque ellas no tenían ya sed.
El hombre no comprendió nada, pero la amabilidad con que se la entregaron, y la necesidad que tenía de ¡algo!, le hizo aceptar sin más preámbulos la botella.
Las niñas se marcharon de allí, y el mendigo se encaminó con un paso más confiado hacía un mercado cercano, buscó la tienda de ultramarinos y se dirigió al tendero.
- ¿Podría usted cambiarme esta botella por algo de comida?, esta nueva y no la he robado, tres niñas me la dieron.
- ¿Tres niñas?. – Preguntó el tendero empezando a recordar. - ¿Cómo eran?
- No le sabría decir, pues estaba oscuro, sólo se que llevaban tres gorros rojos con pompones.
- ¿Con pompones?. – El tendero rememoró una escena reciente, en la que una niña le pedía sidra para que se calentara Santa Claus, que tenía frío porque viajaba al descubierto.
Se le hizo un nudo en la garganta, al recordar a aquellas niñas y al ver el triste aspecto del joven, que aunque sucio, seguía siendo apuesto.
Y... ¡que demonios! ¡era Navidad...!. – Cogió de un estante dos latas de alubias y una barra de pan.
El mendigo le tendía la botella pero el tendero la rechazó.
- ¡Quédatela!, así entrarás en calor, y ¡feliz Navidad!.
- ¡Feliz Navidad!. – Respondió contento el joven vagabundo. - ¿Quiénes eran esas niñas?. – Preguntó antes de marcharse.
- Tres ángeles... – Contestó el tendero evitando una lágrima.
- Y aquel mendigo cenó esa noche... y comió al día siguiente..., Dios no se había olvidado de él.
La madre terminó su relato, y sus hijas mayor y menor estallaron en sollozos, sólo Berta callaba, mirando el gorro rojo que su hermana pequeña llevaba puesto en la cabeza, su madre la observaba atentamente.
- Bueno niñas... ¡Vamos a comer!, que ya es hora, y vuestro padre está al caer.
Berta tenía la mano en el bolsillo, acariciaba un plástico arrugado ¿qué sería?, lo sacó y vio lo que era.
- ¡Anda!. – Exclamó con sorpresa y volvió a metérselo en el bolsillo con una pícara sonrisa. – Lo utilizaré hoy..., antes de que consigan hacerme buena del todo.
La familia se hallaba sentada alrededor de la mesa, el padre de Berta venía de un humor excelente, su jefe le había regalado una botella del mejor vino, que pensaba catar como buen enólogo (se llama así a los expertos en esta bebida) aquel día.
- Hoy he pasado por la Plaza Mayor y me ha sorprendido gratamente observar que no había cascos de botellas tirados por los suelos, ¡a ver si es verdad! ¡y limpian Madrid de una vez!.
No entiendo como la gente puede beber esa porquería de cerveza y además en tamaña cantidad..., donde esté una copita de buen vino de Rioja en las comidas.
Don Ernesto empezó a llenar su copa, Berta miraba al techo con cara de santa inocencia.
El padre bebió un sorbo, y cuando fue a mirar al trasluz su líquido tesoro
- ¡Excelennn...!
Su semblante cambió del blanco al verde y después al invisible, pues el hombre se encontraba ya en el cuarto de baño.
- Pero...¡Ernesto!. – Gritaba su esposa.  - ¿Qué te ocurre?.
La señora miró con desconfianza a sus hijas y tomó la copa de vino de su marido, en ella flotaban una especie de gusanos naranjas que a simple vista parecían de verdad.
- ¿Quién ha sido?. – Preguntó la señora mirando a Berta, con aire de falso disgusto.




Cap. XIV-
NOCHEBUENA

- Uuuaaa...! ¡Buaauuuaaaa...! ¡Buaaa...!
- ¡Calla Marta!, ¡deja de llorar!, pero si es normal lo que te pasa..., a tus hermanas también se les cayeron los dientes y no armaron tanto escándalo. – Intentaba consolarla su madre. - ¿Qué va a pensar de ti el primito Jorge cuando llegue a casa?
- ¿Va a venir Jorge?. – Preguntó Berta asustada.
- Sí, pero no te preocupes, sólo va a venir de visita una o dos horas, luego se irá con sus abuelos a pasar la Nochebuena.
El primo Jorge, era un niño de cinco años, rubio y de ojos azules, hijo del hermano de su padre, el tío Andrés, tenía otros dos hermanos, pero como era el pequeño estaba muy consentido, y como decía su madre, la tía Avelina.. - Jorge es un niño muy bueno... cuando duerme....
El problema es que en casa de Berta siempre estaba despierto.
Hay que aclarar que Jorge admira a Berta, por lo que siempre está detrás suyo, lo que la resta la intimidad que una señorita de su edad necesita. Pues, ¿cómo llevar la vida emocionante que pretende llevar, con un niño de cinco años en sus talones?
- ¡Oh no!, ¿por qué tiene que venir?
Pero hija, Berta, no digas tonterías, ¡si sólo es una criatura!
- Sí, pero esa criatura me destroza la habitación cada vez que viene.
- Pero Berta, ¡si tu habitación está siempre destrozada!
- Ya, pero la última vez que vino me perdió los apuntes del colegio y todavía no los he encontrado.
- Berta, si tú no tomas apuntes, dedicas las horas de clase a dibujar, y a última hora haces fotocopias de tus compañeras MÁS RESPONSABLES.
Berta buscaba nuevos argumentos.
- ... Pero me sacó del expositor, todos los minerales que colecciono y todavía no he encontrado ¡LA COBALTO-CALCITA!
Marta seguía llorando. - ¡Buaaa...!, ¡mi diente...!
¡Ding dong!. Sonó el timbre de la puerta.
Doña Marisa salió a recibir a sus visitas, un matrimonio de edad comprendida entre los treinta y cinco y treinta y ocho años, apareció en el umbral de la puerta de la calle, delante suyo un niño con bucles de querubín empuñaba un bote de spray.
- Hola, hola..., pasad, pasad al salón. - Saludó la señora conduciéndoles a este departamento de la casa.
- ¡Hola bonito! ¿Cómo estás?. – Empezó a decir al niño
¡Fiiissss...!. – Disparó el ángel.
- ¡UUAAAYYY...!. – Chilló la señora, al sentir como unas tiras de una extraña composición pegajosa inundaban su rostro.
- Lo siento. – Se disculpó su cuñada.  – Pero es que a Jorge no le gusta que le llamen “bonito”, ni nada que acabe en diminutivo.
El querubín sonreía maquiavélicamente, el tío Andrés se vio en la obligación de darle un azote.
La tía Avelina era una mujer menuda, rubia y de ojos azules, de carácter tranquilo y bondadoso, hablaba poco, lo justo que le permitía su dicharachero marido, al que el sonido de su voz tenía completamente enajenado.
En cuanto al tío Andrés no era mala persona, tan sólo un poquitín pesado, por otra parte pertenecía  a ese tipo de personas que siempre pretenden llevar la razón. Por lo demás era rubio como su hermano, gordo y con entradas, este sería aproximadamente el retrato del tío Andrés.
La tía Avelina se sentó en el sofá del saloncito, detrás la seguía su marido. Don Ernesto salió de su despacho con aire grave. Los dos hermanos se saludaron.
- ¿Qué tal hombre?. – Pregunto el padre de Berta.
- Bien, ¿y tú?. – Contestó con otra pregunta el tío, dándole una fuerte palmada en la espalda que casi le hizo perder el equilibrio.
- Nosotros bien, hola Lina. – Saludó a su cuñada. - ...y, ¿donde esta mi sobrino?. Inquirió alarmado.
- ¡Ah! Pues no sé... – Respondió el tío. – Seguramente estará con Marta, ya sabes, al fin y al cabo, niños...
- Sí, ya sé... – Y se dirigió a la puerta del despacho, preocupándose de mirar dentro por si acaso, para después cerrarla con llave.
- Bueno... – Interrumpió la tía discretamente. – Yo creo que me voy a ir a ayudar a Marisa a la cocina. – Y levantándose  de su asiento dejo a los dos hombres charlando en el salón.
En la cocina, Marta seguía llorando. - ¡Buaaaa...! ¡mi diente...! ¡YO QUIERO MI DIENTE!
- ¡MARTA, CÁLLATE YA...!. – Gritó Berta.
La niña se calló de inmediato, no estaba acostumbrada a ese trato, y menos por parte de su hermana.
- Snigff...hip...hip...- Continuó hipando durante un rato.
- Marta, hija, vete a buscar a tu primo, que aunque no lo sintamos, en alguna parte debe estar, la tía y yo tenemos que hablar de nuestras cosas.
Y tú, Berta, deja de comerte los langostinos y ve con tu hermana, no vaya a hacer alguna trastada.
- Jolin... – Empezó a protestar, pero obedeció.
Buscó a su hermana, esta se encontraba en el saloncito pequeño, Jorge la consolaba de la perdida de su diente.
- ¡No seas tonta!, si dejas el diente debajo de la almohada, esta noche vendrá el ratón Pérez y te dejará un regalo.
Berta sonrió y volvió a cerrar la puerta, se dirigió al salón, su padre y su tío discutían.
- El mundo va mal porque nosotros hacemos que vaya mal... – Decía su padre.
- ¡Oh no!, el mundo va mal porque los listos hacen que vaya mal, los poderosos se aprovechan de los débiles, esto es “ley de vida”, y las cosas nunca cambiaran, y todo por un poco de tierra, si los débiles se rebelaran todo iría mejor...
Berta volvió a la cocina, donde su madre comentaba.
- ....He visto un vestido monísimo, es negro y tiene adornos de pedrería, claro que como es estrecho no se si me hará gorda.
- Oh no, si has adelgazado mucho desde la última vez que te vi...- Respondió su tía.
- Berta, ¿ya vienes otra vez a por los langostinos?, ¿por qué no vas con tu hermana?
- Porque está hablando del ratón Pérez.
- Y ¿no puedes ver la tele?
- Papá está en el salón discutiendo sobre política con el tío.
- ¡Hombres...! siempre igual, si nos dejaran a las mujeres meter mano en el asunto seguro que las cosas irían mejor en el mundo. ¿Verdad Lina?
- Si..., desde luego, hablar no sirve de nada, hay que actuar..., aunque no sé como.
- Berta, no te quedes ahí como un pasmarote, vete a tu cuarto, haz lo que quieras, pero no me estorbes mientras cocino...
- Pero... ¡si Sofía está allí escuchando música ratonera!
Una mirada de impaciencia la hizo recapitular... – Bueno, jolin...
La niña se dirigió a su cuarto, la música estaba altísima, pero Sofía no se encontraba en él, aprovechando su ausencia apagó la radio y se puso a leer un libro.
Al cabo de diez minutos unos gritos la distrajeron, a lo lejos sonaban los chillidos de Jorge y... parecía que también gritaba su tío.
Berta se dirigió a la salita, en la cual, había dejado a Marta con el niño.
Este gritaba. – ¡No, más hierba no! ¡tierra!, ¡yo quiero tierra...!
- ¡No!, ¡tierra no! ¡hierba! Que estamos en España. – Gritaba su tío, su padre y sus hermanas observaban la escena atónitos.
Jorge quería llenar el nacimiento de la salita de tierra y el tío Andrés de hierba.
Jorge chillaba, pataleando con fuerza en el suelo.
- ¡NO, YO QUIERO TIERRA...BUAAA...!
Sofía estaba a punto de llorar al ver como entre padre e hijo destrozaban la obra… (que tanto esfuerzo le había costado acabar) a la que por cierto había decidido dar un toque norteño, llenándola de harina que semejaba  nieve.
- ¡Pues no señor!, he dicho que hierba y es ¡hierba!. – Siguió el tío Andrés.
Don Ernesto, observando las lágrimas que empezaban a asomar en los ojos del niño decidió intervenir.
- Bueno, Andrés, yo creo que deberías dejar al niño hacer lo que quiera, al fin y al cabo es Navidad, y esta es para los niños.
- Si le dejo hacer lo quiera, se acostumbrará a... – Refunfuñó, pero al sentir como le analizaban sus tres sobrinas, cedió a regañadientes.
Cuando el niño se vio libre de la influencia paterna, comenzó a llenar de tierra el Belén, los pastores, los reyes, el castillo..., todo fue cubierto de arena, aquello parecía un desierto.
Sofía salió corriendo de la habitación con lágrimas en los ojos.
- ¡Mama...!
el padre de las niñas comentó.
- Si, desde luego, ahora está más real, Palestina es así de árida.
Jorge reía feliz, echando más y más tierra, Marta había empezado a colaborar en su labor.
Unos pasos se oían venir por el pasillo.
- Pero... ¿qué es esto?. – Preguntó Doña Marisa al ver la salita inundada de una mezcla de tierra, hierba y nieve.
Berta disimuladamente salió del cuarto mientras comentaba con una débil vocecita.
- Nada mamá, que los débiles se han rebelado y por un ”poco de tierra” se ha armado “el Belén”.
- ¿Qué?. – Preguntó la mujer sin entender, interrogando con una mirada furiosa a su marido
- Nada..., nada..., ha sido un accidente. – Intervino el tío Andrés. – Nosotros tenemos que irnos ya, pues mis suegros nos esperan con los chicos mayores.
- ¿Ya?, no os quedáis un poco más, todavía es pronto. – Dijo la madre de Berta.
- No, no, de verdad que tenemos prisa...
- Bueno, como queráis...
Tras diez minutos de despedidas, los tíos se marcharon y todo volvió a la normalidad.
- ¡Berta!
- ¿Qué mamá?
- ¡Hija!, ¡ven un momento!
Berta corrió a la cocina.
- Schsss, no se lo digas a nadie, pero tómate esos langostinos con mayonesa que te he separado, y por favor, que no se entere tu padre.
- ¡Berta!. – llamó Don Ernesto.
La niña salió corriendo de la cocina hasta llegar al despacho de su padre.
- ¿Si papá?
- Toma, por ser Nochebuena, para que te compres una “cobalto-calcita”. – Su padre la tendía un billete de quinientas pesetas.
- ¡GRACIAS!
- Y que no se enteren tus hermanas... ¡y mucho menos tu madre!
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A la mañana siguiente, Marta se despertó sobresaltada, creyó oír al ratoncito Pérez, a los pies de su litera encontró una escoba y un cogedor de juguete.
Y una nota adjunta que decía... “Para que barras el belén”


domingo, 15 de noviembre de 2015

"Llamé al cielo y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra.
de mis pasos en la tierra,
responda el cielo y no yo"

Don Juan Tenorio, José Zorrilla

miércoles, 11 de noviembre de 2015

CARTA A LOS JOVENES QUE HE BLOQUEADO EN TWITTER

CARTA A LOS JOVENES QUE HE BLOQUEADO


Estoy desvelada, nada anormal en mi, pero lo estoy por los jóvenes españoles, nada habitual en mi, tampoco, normalmente me desvelan los yemenis, los africanos, etc... y por guerra o pobreza, no por riqueza y soledad y vacio.
El caso es que me pregunto, después de haber visto algo de los twitter de un seguidor, no conozco su edad, pero si su tendencia política, totalmente ambigua, tendiendo a lo nazi, criticando el comunismo, y llamando camaradas a los que gritan Arriba España.
Los que pasamos de los cuarenta sabemos perfectamente que no hay que mezclar las churras con las merinas, y cuando como yo, se ha estado en la juventud en contacto con estos radicales, no por ideas políticas, sino porque teníamos que convivir en una escuela de arte, nos horrorizamos al ver la ignorancia en que viven los jóvenes que Vizcaino Casas llamaría Hijos de papá.
A ver, el libro lo leí, pero no lo recuerdo, solo ha sido mencionarlo, y ya jovencitos de derechas las exaltan fanáticamente y me mandan difundir que un partido de izquierda es una puñetera mierda.
Este escritor como he dicho, se divirtió mucho conmigo observándome, yo estaba distraída en un gran almacen dando vueltas a los globos terráqueos que se exhibían en una estantería.
De siempre me han encantado las aventuras, las expediciones, el compañerismo y la rivalidad, y el triunfo o fracaso de tales, y los efectos que causan en los expedicionarios.
Hablemos claro, para opinar sobre política, leer, para opinar sobre política nacional, leer a un extranjero, Paul Preston por ejemplo, y para opinar sobre política, escuchar lo que dicen los mayores y analizar los cuarenta años criticados, y los cuarenta años siguientes… a los que me permito criticar yo.
Resultado, si la dictadura fue tal, ¿Por qué vino Ho chi ming a país vasco?, Porque veía de niña a los coros del ejercito ruso en la tele? ¿Cómo veía películas de guerra americanas? ¿Por qué Franco no permitió a Hitler más que lo extrictamente necesario para controlarle, porque no se extendió el comunismo gracias a España?
Estoy tan segura de que alguien tiene acceso a esto que escribo que no sé siquiera si lo voy a publicar en facebook, no escribiré obra teatral, ni comedia, ni novela, esto va para quien me vigila continuamente, yo sé que son cuatro, dos en concreto los primeros.
Es que no pueden buscarse otra diversión? ¿o es que les paga alguien? ¿Por qué? ¿soy como digo en broma la única persona incorrupta de este país? ¿Qué pretenden? ¿Qué eduque a sus hijos? ¿Cuánto daño les han hecho ya?
Les han dado todos los caprichos, pero no les han enseñado el cariño y el afecto de unos padres que se aman por encima de todo? ¿y eso lo puedo arreglar yo?
Tan vacios se sienten ciertos jóvenes que buscan refugio en la política, que les hace sentir poderosos y adultos, cuando lo cierto es que se mueren de miedo de pensar en una chica, esto vale para unos y otras, aunque el machismo creo que va en aumento.
Yo no puedo sustituir a un padre, ni a una madre, he aprendido que la vida es la mejor maestra, y estos niños, porque es lo que son, niños que buscan un líder, están tan desprotegidos como los polluelos cuando se van los progenitores a buscar comida.
Dejen, cincuentones, de dar cosas materiales a sus hijos, y demuéstrense un poco de respeto y amor, y demuestren a sus hijos con ello, que son fruto del amor, y buscaran amor, a lo mejor asi, arreglamos un poco el país, y nos olvidamos de las izquierdas, las derechas, y pasamos de lo bajo a lo alto, y como dice Obama, hacemos de España un país fuerte, y unido, ya son ochenta años de aguantar, ¿Qué hemos aprendido los españoles? A ser la vergüenza internacional.
Espabilen, y si tienen que hablar con dureza a un hijo, lo hacen, y le dicen esto no es asi, pero no porque lo diga yo, sino porque la experiencia te lo hará saber algún día, y si no al tiempo.
Menos internet lleno de falsedades y más libros, y de mejor calidad, y menos miedo, que el miedo, como dice un proverbio tuareg “conduce a la desesperación, y esta a la locura y a la muerte”

Y punto pelota y san se acabo, y ahora voy a ver a lina Morgan porque me da la gana.

jueves, 19 de febrero de 2015



Flor nueva, 1ª edición, 19 euros, se puede adquirir en librerias religiosas, en Madrid, en librería San Pablo, plaza Jacinto Benavente.
los demás puntos de venta se encuentran en internet.